Con este bonito título voy a referirme a nuestro relevo generacional, a esos jóvenes y "jóvenas", que se diría ahora para ser integrador. A esa fauna tan estupenda que, en manadas, suele sestear, a la par que progresa adecuadamente, por institutos y colegios, con la indiferencia cómplice o resignada de sus profesores. A aquellos a los que contemplamos vociferando tacos por las calles, esos que se aprenden en los programas que mejor reflejan el comportamiento familiar y las aspiraciones de una sociedad mediocre, conformista e ignorante; y, además son las series que más fácilmente se consumen, como la comida basura, pero en tele, en una carrera mediática y económica, cuyo único fin es el share y el beneficio y que les forma en la convicción de que las putas reinan, sus chulos adoctrinan y todo es normal, permisivo y güay, porque se gana dinero fácil, sólo por carecer de vergüenza y escrúpulos.

Me refiero a esos chavales que no leerán este artículo porque, ni saben, ni asimilan, ni comprenden. Solo alcanzan a poner "x ls cjnes tia t l juro" en el lenguaje mensajero del imprescindible móvil. No importan los acentos, las faltas de ortografía, ni siquiera el léxico, además ¡qué coño es todo eso!

Habrá quien se consuele con aquello de que esto pasa en todas partes, pues ya sabe: mal de muchos-

Hablo de los que parecen ser una especie, no precisamente en extinción, más bien en franca expansión. Una plaga de adolescentes burdos, supurando testosterona, indolentes, agresivos y absolutamente convencidos de que se lo merecen todo, tienen derecho a todo y son dueños de todo. Su casa, su habitación, su ropa-, eso sí, no pagan nada, ni están obligados a nada.

Además, unas leyes les protegen de una hostia a tiempo, les amparan en las aulas y les permiten chulearte a poco que toman conciencia del chollo en el que viven. Los viejos están para eso y te quieren o ¿te temen?

Son esos que se expresan en nuestra ciudad, quemando contenedores, pateando retrovisores de los vehículos, tirando señales de tráfico o cualquier otra cosa; arrancando árboles, ornamentos públicos o pintando todo lo que esté a su alcance y si no se tiene un spray o un rotulador, pues se echa mano del cútex y se acuchilla el escaparate más cercano; por qué y para qué, para nada, porque les sale de ahí mismo, no le busquen explicaciones, ni crean las gilipolleces del experto de turno o del representante equis de los jóvenes, que esos están a justificar lo injustificable y además cobran por ello.

Con sus pintadas han llenado la ciudad de su propio vacío, por ignorancia; de su nihilismo, por poseerlo todo a tan temprana edad; de su hastío y aburrimiento, por tantas cosas que les rodean; de la falta de un norte por el que guiarse, gracias al desvarío generalizado de que todo vale porque nada importa. De su egoísta dictadura, por pura y cómoda permisividad. Y no les justifico, quiero acaso comprender, no quiero que les borren la pizarra de sus pintadas, para que encuentren el encerado otra vez limpio para ellos. Quiero jueces como el de Granada, ese que les pone a leer o a limpiar su inmundicia. Evitando así que una vez más acabe pagando papá. Simplemente espero a que la vida les vaya colocando en el lugar que les corresponde, en cuanto se les pase el pecado de su juventud. Es cuestión de tiempo.