Mercedes Medina defiende con orgullo su condición de minera. Su sencillez y cercanía contrastan con el estado actual del poblado minero. Las escombreras proliferan en la zona y el asfalto brilla por su ausencia. El único elemento moderno son dos contenedores colocados al final de la calle principal, donde es difícil adivinar a qué época pertenecen las farolas.

Los privilegiados vecinos del futuro Guggenheim cacereño, como se ha bautizado al edificio Embarcadero, tienen a diario que sufrir penurias por una situación anómala. Los terrenos, propiedad de la empresa Placonsa, fueron vendidos por la Unión Española de Explosivos Río Tinto en la década de los 70. "Unos se marcharon y otros nos quedamos", recuerda Heliodoro Andrada, marido de Mercedes. Desde entonces, el abandono se ha adueñado del barrio mientras los vecinos esperan una solución ante la próxima construcción de 2.000 viviendas en la zona.

Cuando se le pregunta por ello, Mercedes cambia el gesto y afirma decidida: "No me iré nunca de las minas. No puedo subir escaleras y necesito una casa baja", asegura mientras muestra sus rodillas operadas en varias ocasiones.

En menos de media hora, ya han recorrido el poblado la policía local y un coche con dos secretas . Mientras tanto, unos mineros jubilados charlan al sol recordando los buenos tiempos que no volverán a vivir en su barrio más querido.