El cantante argelino Khaled sale del escenario con una toalla blanca envuelta en el cuello. Son casi las dos y media de la madrugada del domingo y acaba de terminar el Womad del 2008. Detrás del escenario de la plaza Mayor se mueven los técnicos del festival, con el equipo británico del sello multiétnico al frente. El jefe de seguridad de Khaled --que reside en París y es todo un símbolo en la lucha por las libertades en el Magreb-- abre paso a su jefe camino del camerino, una carpa blanca y plegable situada bajo los arcos del ayuntamiento.

Fuera del escenario, el público no se mueve. El botellón vuelve a tomar la plaza como en las dos noches anteriores y el empedrado ya está seco tras la lluvia del sábado por la tarde. A Khaled le detiene Mariem Hassam, cantante saharaui, para entregarle un CD con sus canciones. Se abrazan y, tras una rápida conversación, el argelino huye al coche que le llevará al hotel de cinco estrellas en el que está alojado en la carretera de Malpartida. Cualquiera de los espectadores magrebís que ha seguido su concierto en primera fila hubiera dado sus pantalones por abrazarle. Con los brazos levantados y entregados a Khaled, los más jóvenes han jaleado sus canciones.

Llenazo y copas

Apenas se puede andar por la plaza Mayor. Es más fácil sortear a los botelloneros utilizando las calles traseras que intentar la aventura de cruzar la plaza Mayor. Los bares están llenos de gente comiendo y bebiendo. La noche parece una feria y los camareros no dejan de despachar. Amador, el establecimiento más veterano de la calle General Ezponda, no para. Entre los clientes se mezclan músicos del festival. Diego Antúnez, que lo borda con la flauta travesera en la banda extremeña Cukinho, está entre ellos, intercambiando cervezas y conversación con el guitarrista Mario Osuna, otro clásico del clan extremeño.

En el escenario de San Jorge, que ha pisado por la tarde el grupo liderado por Lorenzo González, la guipuzcoana Tulsa ha encantado a medianoche con su excelentes letras llenas de vida cotidiana. La lluvia ya ha desaparecido y el público se ha echado a la calle para disfrutar del espíritu Womad, este año con menos perroflautas y womeros .

La última noche del festival sigue transmitiendo buenas vibraciones. Pasadas las cuatro de la mañana, no se cabe en el Berlín, el pub más rockero de la plaza, incapaz de dar cobijo a los que aguantan el tipo. En la calle, los meones hacen de las suyas. La música en los escenarios ha terminado hace más de dos horas, pero la fiesta sigue. La plaza está viva y ha recuperado el ambiente de las grandes ocasiones. ¿Tendrá algo que ver el Womad?