Hay nombres de responsables municipales que están ya, para siempre, escritos en la historia de nuestra ciudad: Vicente Francisco de Ovando Rol, Pablo Becerra de Monroy, Juan Muñoz Chaves y tantos otros a los que en tiempos muy recientes se han unido otros. Junto a sus no discutibles méritos se les recordará por haber destruido nuestro patrimonio histórico y artístico, alegando motivos de modernidad, sanidad y mejora del tráfico rodado. Así, hoy Cáceres solo conserva --por ignorancia-- un muñón desgajado de lo que fue, hasta 2005, el puente de San Francisco en medio de una glorieta.

El puente poseía una antigüedad notable y servía para facilitar el acceso a quienes entraran en Cáceres, procedentes de la antigua Vía Lata a través del Paseo de San Francisco, hacia la Puerta de Mérida por las Calles de Fuente Nueva o San Ildefonso. En 1799 lo reformó Narciso Hurtado dotándolo del único ojo que tuvo hasta la reforma en tiempos de Alfonso Díaz de Bustamante, en que esa parte fue derribada y se abrieron los dos que posee. Esta sección, la única contemporánea, ha sido la que ha resistido a la barbarie destructiva.

Este lugar se llamó tradicionalmente la Carrera o los Pilares, nombre que, con el paso del tiempo, ha desparecido, prevaleciendo el de Puente de San Francisco. El nombre de pilares procede de los dos que allí se ubicaban, como abrevadero de animales y surtidores de agua. Uno se conserva en su ubicación original, frontero al muro de la Casa Pedrilla. Se trata de una gran pilón cúbico, de planta rectangular, cuyo chafariz se aloja a la derecha del espectador, mostrando una cuidada labra y un caño dispuesto en un rostro. El otro pilar, que allí se encontraba, se trasladó a comienzo de la década de los setenta del pasado siglo al recién creado Foro de los Balbos. Obra de Diego de Valdivia de 1577, en la que reutilizó armerías reales y municipales de tiempos de los Reyes Católicos. Se hicieron importantes obras en esta zona en 1586, allanando el suelo y empedrando el pavimento, para que pudiera discurrir la procesión del Jueves Santo, y otras se realizaron en 1683, siendo Corregidor Juan de Valenzuela Venegas, por el maestro Alonso Casares quien debía de ser hombre de confianza del Concejo, porque un año más tarde remataba las cárceles de la Villa que había comenzado tiempo antes el arquitecto Fray Lorenzo de San Nicolás.

También, y hasta 1903, se situó aquí la Ermita del Humilladero. Su origen es un sacelo romano convertido, en tiempos medievales, en humilladero, donde se alojaba el Crucifijo de su advocación, hoy en la actual parroquia del Espíritu Santo. No sería improbable que hubiese, también, en sus inmediaciones en aquella fecha, algún crucero pétreo. En 1556 la Cofradía de la Cruz de los Disciplinantes (hoy Vera Cruz), encarga a Hernán López Paniagua que realice las obras de una capilla según las trazas diseñadas por Pedro Gómez, a quien sobradamente conocemos. Por la descripción sabemos que tuvo ábside preparado para recibir un retablo, veneras y arcos al interior; y, al exterior, cornisas, entablamento y friso de cantería, así como dos vanos que iluminaran el altar mayor y una portada de arco de diez pies de altura.

Obras en la ermita

En 1807 se realizaron, por parte de la Cofradía de la Vera Cruz, una serie de obras para adecentar la ermita y encarga a Tomás Hidalgo Villa, de la Real Academia de San Fernando, un activo pintor, grabador y dorador, procedente de Villanueva de la Serena, la restauración del Cristo del Humilladero. Se encarga, en esa época, también, una nueva imagen de la Madre de Dios, que substituiría a la antigua Virgen del Madroño (y que sería enterrada), la cual debía tener notable antigüedad, puesto que en la escritura de 1556 de Hernán López ya se hace alusión a una imagen de la Virgen. ¿Tendría alguna relación el encargo con la Virgen del Racimo, repintada por Hidalgo en 1895, según modelos de Mignard y que se conserva en San Mateo sobre la que tanto se ha escrito?

El 12 de octubre de 1811, las tropas francesas, al mando de Girard entraron en Cáceres asolando, en los día siguientes cuanto encontraban a su paso, y de ese pillaje no se libró la Ermita del Humilladero, que fue cayendo en el olvido a lo largo del XIX y se demolió en 1903 para levantar la Fábrica de Harinas de San Francisco.

Elementos de la ermita se insertaron como motivos decorativos formando una cornisa bajo la planta del principal. Esta fábrica fue destruida, asimismo, hace unos años para levantar un bloque de viviendas, e ignoro si alguien salvó estas molduras o si, por el contrario, corrieron la misma suerte del resto del edificio.

Mi abuela escuchó a la suya que, un día, un hijo llevaba a su padre a cuestas hacia el asilo y se detuvo en los Pilares a descansar. El padre se echó a llorar y dijo que allí mismo se había sentado el día en que llevaba al suyo. El hijo, entonces, tomo a su padre a hombros y volvió con él a casa.