La puerta lleva meses abierta de par en par como una invitación. Los okupas ni siquiera tienen que saltar vallas o abrir agujeros en las alambradas metálicas. El recinto de los antiguos depósitos de Campsa hace años que es víctima de la desidia. Los restos de fogatas, de botellones clandestinos, de cascajos de obras y kilos de basuras siembran el erial de 5,5 hectáreas y los esqueletos de antiguas construcciones convertidas hoy en refugio de sin techos , drogadictos e indigentes.

Las instalaciones, que llevan casi 20 años sin actividad y en declive progresivo, han sido escenario ya de dos muertes: la del indigente del sábado y la de un extranjero por sobredosis durante un Womad hace años. Los terrenos, propiedad de la familia Pitarch, están pendientes de la aprobación del Plan General Municipal para urbanizarse con viviendas, jardines y comercios.

Eso está por ver. Ahora el recinto es un estercolero y punto caliente donde solo el arte de los grafiteros encuentra utilidad a sus muros destartalados