En 1900 Tomás Pérez llegó a Cáceres procedente de Ceclavín y aquí amasó su fortuna. En la ciudad se dedicó a instalar negocios de pastelería, chocolates, telas y muebles. Comenzó abriendo una chocolatería en la plaza Mayor y fue subiendo por Pintores hasta convertirse en uno de los empresarios más influyentes de la capital.

En esos años, Tomás Pérez echó mano de muchos vecinos de Ceclavín a los que contrataba como empleados mediante un sistema por el que algunos de ellos heredaban luego los negocios. Arribaban a la ciudad muy jóvenes o recién casados, residían en la vivienda que generalmente tenía la parte alta del establecimiento y acababan regentándolo.

Cuando Tomás llegó a Cáceres ya había contraído matrimonio con María García , con la que tuvo siete hijos, aunque todos murieron infantes y solo dos sobrevivieron al exterminio de la salud tan propio de la época: Amalia y Juan .

Amalia se casó con José Pérez , que ayudaba en los negocios familiares de su esposa. Juan Pérez, por su parte, siguió los pasos de su padre y se convirtió en uno de los empresarios más conocidos de la ciudad. Sus comienzos fueron como propietario de una tienda de tejidos de la plaza Mayor y de una fábrica de chocolates. En 1922 Juan se casó con Mercedes Caño Ruiz , cuyos padres --Santiago y Leoncia -- poseían un hotel a la altura del número 8 de la calle Atocha en Madrid. Juan y Mercedes se conocieron en Cáceres, donde ella --que tenía otros cinco hermanos: Luis , Amparo , Leonor , Santiago y Antonia -- había venido a pasar un verano a casa de una amiga. Surgió el flechazo. Cambió Madrid por Cáceres y se casaron.

Al llegar la guerra una bomba cayó sobre el hotel de los padres de Mercedes, lo que había de valor dentro lo robaron y la herencia de Mercedes se esfumó con la contienda. Años antes, en 1934, el boom del cine recorría Europa y Juan pensó que aquel podría ser un buen negocio. Así que en unos terrenos situados junto a la casa de su padre, a la altura del número 11 de la avenida de España, Juan Pérez levantó un majestuoso cine, dicen que uno de los de mayor aforo del país, que no tardó en convertirse en la principal atracción de una ciudad donde hasta entonces solo existían poco más que el teatro y los corrales de baile.

Juan se empleó a fondo en su nuevo negocio porque los de su padre, en la calle Pintores, ya habían pasado en su mayoría a manos de los empleados, de modo que él fue quien construyó el Teatro Cinema Norba, un edificio situado en la esquina del Paseo de Cánovas con la entonces denominada Avenida de Mayo (hoy Virgen de la Montaña), y del que ahora solo quedan algunas fotografías y recuerdos que se pierden entre libros y hemerotecas. Su inauguración oficial tuvo lugar el 1 de febrero de 1934 y constituyó un importante acontecimiento social.

El nuevo cinema se decoró en tono azul patinado, con plata y adornos en cobre natural en la base de las columnas y un arco en el escenario. Tenía dos cuerpos de palco y un amplio anfiteatro. Una de las novedades de la nueva sala estribaba en que tenía calefacción y que contaba con todas las medidas adecuadas de seguridad. En su propaganda inicial rezaba este texto: "Confort cuidadísimo, magnífica instalación Klanflim, sorprendente iluminación indirecta, cielo raso de corcho ignifugado, butacas numeradas en todas las localidades, amplios pasillos, cómodos vestíbulos y dependencias y calefacción del máximo rendimiento" .

La obra

El Norba fue producto del entonces joven arquitecto municipal Angel Pérez Rodríguez y del constructor y maestro de obras Francisco Arias del Amo . La empresa propietaria estaba a nombre de 'Juan Pérez y Hermano'. Tenía 2.000 localidades y 33 filas de butacas de patio. El día del estreno las funciones dieron comienzo a las siete y cuarto y diez y cuarto. La amargura del general , de Barbara Stanwik , fue una de las películas que proyectó.

El Norba se convirtió en una gran empresa, tenía acomodadores, cámaras, personal de mantenimiento y generaba, por tanto, mano de obra en la ciudad. Tras de sí, miles de películas dentro de aquel edificio inmenso, con sótanos y desvanes plagados de carteles, de telas y de trajes porque era costumbre que a la llegada de alguna superproducción, el cine se engalanara con motivos de la película, como ocurrió con el estreno en 1961 de El Cid , bajo la dirección de Anthony Mann , y con Samuel Bronsto como productor, basada en el guerrero castellano Rodrigo Díaz de Vivar , interpretado por Charlton Heston y Sofía Loren , como su prometida, en el papel de doña Jimena .

El Norba tenía una barra donde se vendían refrescos, chocolatinas y frutos secos y un ropero para los abrigos y los sombreros. Un cine muy hermoso, con sesión doble los sábados, y sesión de estreno y numerada los domingos o los famosos Jueves de Féminas. Juan llevaba la gestión del cine y también la del Gran Teatro como empresario mientras Mercedes, madre de familia amantísima, se dedicaba por entero al cuidado de su casa y de sus tres hijos: Juan Luis , Mercedes y Carlos .

Los hijos fueron encaminando sus vidas. Juan Luis hizo la carrera de Diplomático, se casó con Pilar Mariscal y se marchó a Madrid, donde asentó sus reales y se dedicó al mundo de los negocios. Mercedes contrajo matrimonio con un gallego de A Coruña, José Manuel Pérez Mendaña , industrial de la madera, y en Galicia se instalaron definitivamente.

En los 60 Carlos se casó con Ana María Hernando , que nació en Barcelona y se crió en Madrid porque su padre era director de banco y lo destinaron a la capital de España. Carlos y Ana María se conocieron en la universidad, donde él estudiaba Ciencias Químicas y ella Filosofía y Letras, por la rama de Historia. Se casaron en la calle Arenal y se fueron a vivir a Cáceres donde Carlos comenzó a trabajar como profesor en Las Josefinas, las Carmelitas, el Sagrado y el San Antonio. Ana María también trabaja de profesora de Francés e Historia y funda el salón de belleza y la escuela de

danza Sbelta.

Carlos y Ana María tuvieron tres hijos: Carlos , Iñigo y David . Carlos es biólogo y profesor del Diocesano, estudió la miel de Extremadura para una tesis doctoral, ha impartido múltiples cursos de catas y elaboración del vino (coautor junto a Juan Luis Gervás del libro 'La elaboración artesanal del vino' ) y participó junto a dos compañeros más de equipo en el famoso concurso de televisión 'El tiempo es oro' , donde batió el récord, como también lo batió en el célebre San Bartolo de Villanueva de la Serena presentando una sandía de 80 kilos o en Carrefour con una calabaza gigante de 470 kilos.

Iñigo estudio Derecho y actualmente tiene una empresa, Quick Language, de enseñanza eficaz del inglés tanto presencial como por internet; y David es productor del mundo del espectáculo, gestiona La Nave del Duende en Casar de Cáceres y dirige la compañía Karlik.

Carlos Pérez era una persona inquieta, lo había demostrado ya en su etapa universitaria cuando montó con sus amigos de la facultad un fugaz negocio de transporte de mercancías que lo llevó en la época del telón de acero a un viaje donde estuvo que estar dos semanas en la frontera entre Austria y Hungría esperando un permiso. En 1980 Carlos Pérez colgó la batuta de profesor y se matriculó en la Facultad de Derecho donde con 50 años terminó la carrera y montó un despacho de abogados que mantuvo hasta su jubilación. Y es que Carlos Pérez fue el hombre de las múltiples aficiones: arqueología, hizo prospecciones de minas, fotografía, revelado y hasta masón venerable de la masonería, sus inolvidables veranos en la casa que compró en la Viña de la Mata...

La pasión

Pero la pasión de Carlos era el mundo del motor. Tanto es así que abrió en Aldea Moret, frente a la Renault, Talleres San José, dedicado a la chapa y la pintura donde, sobre todo, se ocupaba de la reparación de coches antiguos, coches que encontraba en pajares y pueblos, algunos con tapicerías roídas por las ratas. Magníficos coches de los que conservó cuatro: un Hudson americano, un Horch alemán, un Ford Modelo T también americano y un Senechal inglés.

Con los coches participó en famosos rallys como los de Sitges, Madrid-Benidorm y durante ocho años organizó el Rally Conquistadores, que alguna vez fue internacional porque cruzaron Portugal. De todos sus coches quizá el más emblemático para él era el Horch, que cuentan que había pertenecido a Göering , un mariscal de Hitler .

En cada una de sus ruedas llevaba empotrado un gato hidráulico porque en los años 40 eran frecuentes los pinchazos. Fue con ese coche con el que Carlos Pérez participó en el Rally de Coches Clásicos de Montecarlo de 1974, donde salían coches de todos los puntos de Europa. Los de la Península Ibérica salían de Cádiz, cruzaban España y el sur de Francia. Los de Italia salían de la Punta de la Bota y los del Norte de Europa lo hacían desde Dinamarca. Todos se reunían luego en Niza hasta llegar a Montecarlo, aunque muchos se quedaban en el camino. Pero Carlos Pérez llegó, lo que le valió obtener la placa que desde aquel día lució en su Horch y que también colocaron en su ataúd, tal como era su última voluntad.

Carlos Pérez falleció el pasado domingo. Lo hizo en su casa de Cáceres, situada en el edificio Norba, tan cerca de aquel cine derribado en 1971 cuando la llegada de la televisión empezó a hacer mella en las salas cinematográficas. Carlos murió en paz, tranquilo, rodeado de los suyos, fuera de hospitales, como él siempre había deseado. Tras de sí, una bella historia familiar que inició su abuelo, Tomás Pérez, aquel industrial de Ceclavín cuyo hijo levantó, en el mismo corazón de Cáceres, el siempre recordado Cinema Norba.