La semana pasada recibí una carta que me envío el Gobierno y me puse muy contento pues me decía que me sube veinte euros, de los que me asegura que me descontará el diecinueve por ciento a causa del IRPF, y estaba pensando dónde invertir cuando me enteré de la subida de la luz. Por si fuera poco, salí a comprar pepinos y remolachas y Pedro, mi frutero, me dijo que han subido el trescientos por cien. Me he pasado a los langostinos que como vienen cocidos no necesitas poner la vitro y como no tienen espinas te los puedes comer a oscuras.

Estas subidas me han hecho recapacitar acerca del lenguaje y virtudes de los políticos de nuestra era. En primer lugar ya no tenemos Presidente de Gobierno sino un chamán que, no sé con qué palabras y ritos, es capaz de traernos la lluvia para lograr que baje el recibo de la luz. De manera que nada de legislar ni tomar medidas para aliviar a los consumidores, ni estudiar el mercado eléctrico para comprobar su honorabilidad. Esta actitud me ha recordado los discursos de Franco en los que atribuía la escasez en la que vivíamos a la «pertinaz sequía», aunque Franco no tenía dotes chamanísticas y por eso nuestras penurias duraron tantos años.

A la vez he tenido noticias de las soluciones de los populistas, uno de los cuales decía que era hora de pararles los pies a las compañías eléctricas, obligarles a bajar precios y ganar menos. No me explico que una solución tan simple no se le ocurra a nadie del consejo de ministros. Antes este tipo de medidas solamente se escuchaban en los bares, lugar en los que ya se sabe que se reúnen los más listos del país y en los que hay sencillísimas soluciones para todo pero han llegado a las instituciones. Menos mal que no ha cogido la palabra la ministra de Trabajo pues habría puesto la guinda al asegurar que la bajada del recibo de la luz y de las verduras es cosa de la Virgen del Rocío. Al final me he hecho un lío pues en las próximas elecciones no sé si votar a un chamán, a uno del bar o a la Virgen.