Joaquín Castel Gabás (1853-1913) llegó a Cáceres procedente de Chía, un municipio de la provincia de Huesca. Y lo hizo por mediación de su tío, José Gabás, que era presbítero y administrador de los bienes de la marquesa de Ovando. Castel era un científico de reconocido prestigio, progresista y de gran valía que echó raíces en la ciudad.

Fue un hombre avanzado a su tiempo que en torno a 1887 abrió en la Casa del Sol una fábrica de gaseosas y sifones con el nombre de La Extremeña, aunque lo que le dio mayor fama fue la farmacia droguería que a finales del siglo XIX instaló en los soportales de la plaza Mayor, en un local que había sido de su suegro, Rafael Carrasco, y al que también trasladó la fábrica.

El negocio que Castel fundó todavía se conserva en forma de droguería-perfumería y sigue llevando su nombre. Aquella célebre y acreditada farmacia tenía una rebotica-laboratorio que se convirtió en sede de una tertulia de destacados intelectuales en la que se gestó la Revista de Extremadura , de la que junto a Publio Hurtado y a algunos más, Castel fue fundador.

El farmacéutico vivió en un contexto histórico heredado del desastre del 98, es decir, pertenecía a ese grupo de eruditos que abogaban por la regeneración de España. Así que Castel vio enseguida la necesidad de articular mecanismos para avanzar en la consecución del bienestar de una sociedad muy atrasada, en la que la propiedad de la tierra se concentraba en muy pocas manos, y siempre en las mismas.

Cuentan que en esos años el único hielo que existía en la capital estaba en un lugar que muchos conocían como Pozo de las Nieves, en una casa del Paseo Alto que tenía un pozo muy profundo al que, en los duros inviernos, caía la nieve, que se amontonaba y se conservaba allí durante meses. Posiblemente aquel pozo también se nutriera de la nieve que llegara de zonas como Hervás o Piornal, puesto que durante tres siglos en Extremadura hubo una importante industria de la escarcha, que radicaba en esas poblaciones, desde las que se distribuía hielo a una región en la que proliferaban pozos como el de Cáceres, convertidos en auténticos almacenes de la nieve.

Hasta el pozo acudían en burro los cacereños cada vez que necesitaban hielo para mantener alimentos o aliviar heridas y enfermedades. Lo prensaban en serones y cántaros que luego protegían con helechos para evitar que se deshiciera y se lo llevaban a sus casas.

En ese escenario, Castel, consciente de que aquel pozo era solo un remedio pasajero y dado su filantrópico espíritu, fundó a finales del siglo XIX La Providencia, una fábrica de hielo, gaseosa y aceites que se instaló desde sus orígenes en Aguas Vivas y que se mantuvo en Cáceres hasta la década de los 80. El científico fue durante años propietario de aquel negocio hasta que el 31 de diciembre de 1928 se firma un contrato de compra venta de la fábrica entre Mario Castellano, Tomás de Castro y Julio Castellano de la Pedraja, (que tal vez fueran socios de Castel aunque se trata de un dato que no ha podido constatarse), y Manuel Lucas Ribero, un hombre sumamente laborioso, patriarca de una familia que mantuvo La Providencia hasta que se cerró.

De todo esto y mucho más se hablará hoy (20.30) en el Ateneo de Cáceres, donde tendrá lugar la presentación de la biografía del farmacéutico ‘Joaquín Castel. La burguesía emprendedora en Extremadura’, realizada por Pilar Bacas y con prólogo de Jaime Naranjo. No se la pierdan.