Aquí se fraguó la forja de mi vida. Aquí gocé las mieles de mi infancia. Aquí sufrí las piedras del camino. Aquí gusté del triunfo en las batallas. Aquí lamenté amargos desengaños, aquí me deleité con alegres charadas. Aquí bailé verbenas de las ferias. Aquí subí a lo alto en las cucañas. Aquí luché entre moros y cristianos.

Aquí quemé al Dragón con las mesnadas. ¡Aquí viví, todas mis andanzas!

Al marcharme, lloré mi despedida desde el Portal del Pan, que era su entrada. Y ahora que he vuelto aquí, mis ojos lloraron al no encontrar lo que buscaba. Aquí busqué el sosiego de la sombra entre los arcos. Aquí busqué la sombra en las palmeras, y el aroma desprendido del verdor de sus plantas. Ya no están los bancos de dos caras que reposo donaba al caminante. Ni aquellas farolas que en el centro y en sus ángulos, ancladas en teselas portuguesas, cada noche nos iluminaban. Ni la casa de Claudio el panadero, que a la Ermita de la Paz daba escolta; ni la fuente rompiendo aquella gran escalinata que nos llevaba al Arco de la Estrella.

Ni siquiera la esfinge de la diosa Ceres que daba sombra a mis ojos, al despertar cada mañana. Le han borrado la vida. Mi húmeda mirada la ve como entre niebla. Pero antaño solo era sol y amigos, aunque lloviera a chuzos o nevara.

Mayor de la Hispanidad la bautizaron, aquellos hombres voladores, que vinieron desde Méjico a ensalzarla. Hispanoamérica entera bien dispuso, reconociéndola cuna de su raza. Hoy quema el sol mis sandalias, cuando bajo en verano a contemplarla. Pues quiso el hombre que las sombras se apagaran, e incendió de sol la Plaza no más salir el alba. Solo líneas rectas marcan ahora su historia. Historia de muchos siglos, condenada a olvidarla.

¡Ya no hay nada en la plaza! Únicamente soledad sin sombra.

Y no es eso lo malo, lo peor ha sido, destruir nuestra Ágora.