Fue el barrio más bello de Cáceres según todos los que pudieron verlo en su esplendor. Amplias casas encaladas con grandes jardines, calles anchas, una escuela coqueta, un magnífico parque... Las factorías se alzaban humeantes, grises pero vivas, ejemplos de prosperidad. Incluso los pozos --Abundancia, San Eugenio, La Esmeralda...-- estaban coronados por torres y castillos. Pero el yacimiento cerró en los años 60 y el poblado minero, construido en el siglo XIX, comenzó a decaer hasta su actual ruina, con sólo algunas casas habitadas por antiguos trabajadores. Muchos mineros e hijos de mineros ni siquiera se atreven a verlo en su actual decadencia.

La rehabilitación del edificio Embarcadero, estrella del plan Urban con 4 millones de euros, devolverá esta zona a la vida con un gran centro cultural y social. Y justo el día en que se presentaba el proyecto, EL PERIODICO quiso reunir a varios vecinos de Aldea Moret que recordaron emocionados el pasado de la mina: los mayores, un pasado de apogeo; los jóvenes, un pasado de decadencia que convirtió al poblado en el mejor parque de atracciones y aventuras, eso sí, siempre prohibido. Alguno lo pagó con su propia vida.

LOS POZOS Y LAS FIESTAS

"Mi marido fue maestro barrenero durante 30 años. Las mujeres pasábamos miedo: los obreros se metían en el pozo y salían llenos de barro y agua después de ocho horas de trabajo. Pero quiero mucho al barrio; he pasado aquí toda mi vida", explica Madgalena a sus 80 años, junto al edificio Embarcadero.

Su vecina, Isabel, de 79 años, recuerda las grandiosas fiestas de Santa Bárbara, uno de los mejores días del año: "Las niñas bajábamos muy temprano al poblado minero, donde nos regalaban chocolate. Me acordaré siempre. La empresa daba una comida para todos los obreros. Ese día estrenábamos algo. Estábamos muy unidos..., era un gran barrio".

BOMBARDEO POR ERROR

Pero no todos son gratos recuerdos. Ramona, de 74 años, aún podría escuchar las siete bombas que cayeron en el pozo de La Esmeralda por error durante la Guerra Civil --lo confundieron con La Arguijuela--, aunque no hubo víctimas. Ella nació en la casita de caminero del campo de aviación y siempre ha tenido muy cerca la mina. "Lo que más recuerdo es el hambre que se ha pasado en este barrio cuando yo tenía menos edad. La mejor persona de Aldea Moret fue Francisco Chanclón, dueño de un comercio, que dio de comer a todos los que le pidieron ayuda". "Un verdadero santo", corroboran todas sus vecinas.

El marido de Máxima, de 80 años, trabajó con las vagonetas de la fábrica y más tarde fue guarda de la factoría. "No vivíamos en el poblado minero, pero teníamos que bajar casi a diario a la fuente. Era un barrio precioso, pero también había familias con 5 hijos viviendo en un par de habitaciones", relata.

Balbino, de 73 años, llegó a vivir en el pequeño grupo de casas adosadas al pozo de La Esmeralda, arriba, en el cerro. "Cuando se cerró la mina, mi suegro y los últimos que quedaron allí arriba, como el tío Cipri o el tío Simón, se dedicaban a bombear agua a los depósitos del Calerizo que abastecían a Cáceres". Es un enamorado del pasado minero, del poblado, del Embarcadero, del laboratorio y las fábricas de ácidos y abonos.

ESCAPES EN LOS TANQUES

El poblado fue creado a finales del XIX por Segismundo Moret, el hombre fuerte de la mina, para ordenar los asentamientos que se habían creado sin orden alrededor de los pozos. Se hicieron dos tipos de viviendas --directivos y obreros--, que la empresa cedió durante años a los trabajadores. Hoy apenas quedan unas quince familias. El resto de las casas están derruidas, al igual que los edificios de la factoría.

Marisol, de 56 años, nació en el mismo poblado y recuerda muchas anécdotas: los paseos por la calle Real, las reuniones con la guitarra en el parque, la enorme piscina junto al laboratorio, el cine, el comedor donde el párroco José Polo dio de comer a tantos necesitados, "y el miedo que pasábamos cuando las sirenas alertaban de los escapes en los tanques de ácido sulfúrico. Salíamos todos corriendo hacia Cáceres". Hoy es la presidenta de la asociación vecinal del viejo poblado.

Petri es de su quinta , nacida y criada en Aldea Moret, hija de un trabajador de la fábrica de ácidos y guarda de la Unión de Explosivos. "Por la noche llegaba el tren correo. El señor José, el cartero, repartía allí, en el mismo Embarcadero, las cartas de los novios que estaban en la mili y de los hijos que habían emigrado a Alemania. La gente estaba unida", señala. En aquellos tiempos, los vecinos del barrio podían coger el tren hasta la vieja estación de Cáceres.

EL EMBARCADERO SE DESPLOMA

Pedro, de 67 años, participó en las obras de construcción del Embarcadero en los años 50 y recuerda el fatal accidente: "Las cerchas de madera no soportaron el excesivo peso del hormigón y la estructura se vino abajo. Falleció un encofrador, creo que le llamaban ´el pajarito´, y hubo varios obreros heridos".

Pero en la vida del poblado hay un antes y un después. José, de 38 años, y María, de 32, lo recuerdan casi desierto, ya inactivo. No vieron mineros ni fosfato, pero sí un enorme campo de juegos lleno de pozos, castillos, galerías y casas fantasmas, y su niñez está íntimamente ligada a él. "Hacíamos barbaridades en las viejas fábricas, pasábamos por las tuberías junto a los pozos, subíamos al Torreón, hasta nos colgábamos de los vagones...", explica José.

"Un día nos colamos en el Embarcadero para saltar sobre los sacos de abono. Nos vio Rivera, el guarda, y no paramos de correr hasta Santa Lucía. Jugábamos en la cueva de la Boca del Lobo, que decían que llegaba hasta Las 300, y junto al pozo de María Estuardo, de 100 metros", relata María.

La reforma del Embarcadero dará una nueva vida al poblado, pero nunca la que ellos vivieron.