En Groningen, en Amsterdam, en Copenhague, en Brujas, en Friburgo, en Malmoe o en Munster, entre el 25 y el 35% de la población usa la bicicleta en sus desplazamientos todos los días. En La ciudad feliz ...

En Finlandia, el 12% de los trabajadores acude siempre a su empresa en bici. En Cáceres debe de existir alguno, pero aún no lo hemos descubierto. Las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud apuntan que los ciclistas regulares gozan de una forma física equivalente a la de individuos diez años más jóvenes. En La ciudad feliz no estamos dispuestos a que nadie nos arrebate la contaminación acústica y gaseosa.

Pocas veces se ha visto a los cacereños más enfadados que el pasado lunes, día sin coches. Se pudieron escuchar y leer barbaridades tales como que las ciudades tenían que estar pensadas para los coches o que cada uno debería conducir por donde le diera la gana. Ante tal efervescencia reaccionaria, escuchabas al pobre concejal de Tráfico y parecía un izquierdista ecologista defendiendo los valores del sosiego, el silencio y el ambiente puro mientras la izquierda local pescaba en río revuelto.

BICI IGUAL A POBREZA

Los cacereños parecen no haber superado aquellos tiempos en que ir en bici o en autobús era sinónimo de pobreza y han convertido su coche en un símbolo de estatus intocable. La Europa más desarrollada, sin embargo, ha entendido que la solución a los inconvenientes de tráfico es la bicicleta combinada con el transporte público.

En Basel (175.000 habitantes), Hannover (550.000), Munster (280.000) o Delft (80.000) han controlado el tráfico restringiendo y controlando los aparcamientos, conectando el transporte público e implantando carriles y aparcamientos para bicis. El resultado es que el uso de los vehículos a pedales, que ya rondaba el 25%, se ha triplicado.

El político que se le ocurra tomar en La ciudad feliz medidas tan europeas ya puede ir haciéndose el harakiri. Cuando Saponi habla de sus proyectos de peatonalizar la zona centro desde Cánovas a la plaza Mayor, los electores lo ven como algo muy bonito y agradable, pero en cuanto salen a la calle se olvidan de los buenos propósitos y se aferran al coche: su mayor fuente de autoestima.

Y es que el cacereño es muy raro. Se le llena la boca pidiendo aparcamientos, pero luego no los usa. El de Obispo Galarza, uno de los más baratos de España y casi el 50% más económico que los de Badajoz, no se llena ni el viernes santo. Y claro, las empresas que pujaban por los nuevos párkings se retiran sin entender por qué hay tantos aparcamientos subterráneos públicos en Cáceres como en Almendralejo o Don Benito y seis veces menos que en Badajoz.

Otro tabú es el autobús urbano. El día sin coches, los cacereños prefirieron tardar una hora en ir de casa al adosado antes que coger el autobús. El pobre Santos Parra, concejal de Tráfico, se extrañaba y hablaba de hacer una campaña, pero la situación no tiene remedio. En La ciudad feliz ir en autobús urbano sigue siendo un tabú social y lo usa quien no tiene otro remedio.

Hagan la prueba, cojan el transporte público, que digan lo que digan, es bueno, barato y eficaz (aunque siempre mejorable), y sentirán en el primer semáforo las miradas conmiserativas de los viandantes. "Pobrecillo, tiene que ir en autobús", piensan.

Un ciudadano feliz no se ve en un autobús urbano ni en la peor de sus pesadillas. Y si alguna vez lo coge para ir a por el coche al taller de Capellanías o Aldea Moret, te lo cuenta como si acabara de llegar de Kosovo. Si nos basamos en las estadísticas del uso de la bici y el bus, Cáceres es una ciudad muy poco europea y moderna, aunque eso sí, muy feliz de poder ir en coche a la doble fila del pan, del café, del gimnasio y de la esthéticienne .