De un tiempo a esta parte se incorporan a puestos dirigentes en las instituciones y en los organigramas de los partidos una gran cantidad de políticos cada vez más jóvenes. No creo que se deba despreciar el ímpetu, las nuevas ideas y los deseos de transformar el mundo que deben tener por su edad, ni negarles un puesto en nombre de la falta de experiencia. Sin embargo exhiben otra característica. Una gran mayoría no ha desarrollado ninguna tarea laboral, muchos de ellos han abandonado prematuramente los estudios, o los estudios los han abandonado a ellos, y por lo tanto están en una burbuja muy alejada de los problemas de un joven de nuestros días tales como el mercado de trabajo, el paro, el ´mileurismo´, la conciliación familiar...

No tienen otro futuro que perdurar en la vida política o en sus alrededores. Las consecuencias de ese déficit repercute en sus actuaciones y a veces tiene graves consecuencias en las ideas, la ética y la práctica de algunas personas que lo sufren a la vez que representan un gran problema para los partidos y las instituciones que se ven impelidos a mantenerlos en algún cargo siempre, lo que al mismo tiempo impide la promoción de los mejor preparados. No es que neguemos el derecho, y aun el deber, de participar en la vida política a los jóvenes sino que parece necesario hacerlo de otra manera.