Hace apenas 6 años se cumplieron cien de la muerte de nuestro más insigne politólogo, analista social o comentarista de tertulia de la grey hispana; que a diferencia de otros agremiados por estos mismos oficios - sobre todo de los que ejercen en la actualidad- era jurista, historiador, filósofo y profesor de la Universidad Central; hasta que las reformas y recortes de los gabinetes ministeriales conservadores del ministro de Fomento, Manuel Orovio, expulsaron de la universidad a todos los miembros de la Escuela Krausista por su laicismo y progresismo; incompatibles - ya desde entonces- con el ultra catolicismo del Gobierno de Isabel II.

Ya nos hemos referido, en varias tribunas anteriores, a la personalidad y a la obra de Joaquín Costa Martínez; como también a su labor analítica del sistema político de la Restauración; caracterizado por su corrupción, por el falseamiento de los procedimientos electorales, por el caciquismo, la oligarquía institucional y los continuos ‘pucherazos’ que facilitaban conservar los cargos políticos a las tramas oligárquicas que formaban las castas políticas de conservadores y liberales. Castas que arruinaron la España de comienzos de siglo XX; degradaron su vida cultural, científica, social y económica, y hundieron a todo el país en la más larga decadencia de su Historia.

Me gusta, en mis tribunas semanales, hallar paralelismos históricos entre distintas etapas o entre distintos personajes de nuestro pasado; demostrando con ello que la Historia es una verdadera maestra de la vida, y que la clase política cometería muchos menos errores si supieran más Historia y acertaran con ello a interpretar sus claves con mayor inteligencia. Costa analizó la Restauración en todos sus aspectos y con todos sus defectos.

Destacó los elementos esenciales del sistema político y administrativo de aquella Restauración Borbónica; con lo que ahora podemos hacer un puntual paralelismo con nuestra propia circunstancia actual de Transición Política. Pues don Antonio Cánovas del Castillo fue -a mi modo de ver- un auténtico Mariano Rajoy Brey adelantado a su tiempo. Firmando los mismos pactos y acuerdos con los liberales: Pactos de El Pardo, en 1885; parejos a los de La Moncloa en 1979. En ambos casos para conseguir los mismos resultados: monopolizar el poder en los sectores tradicionales de derechas, neutralizando a los otros sectores políticos, a los que aborrecía: republicanos, demócratas, progresistas, socialistas y enemigos de la Iglesia.

Ambos se sirven -o se sirvieron- de tres piezas interpuestas, y perfectamente adiestradas, en el mecanismo electoral: los caciques provincianos, directamente implicados en la regulación de puestos de trabajo: funcionarios, empresarios, contratistas, etc. Otros para la captación de fondos en negro para financiar las campañas y gastos de mantenimiento de los partidos en cada distrito electoral. Otros, para dispersarse por todas las poblaciones, periódicos y emisoras, las excelencias y promesas derivadas de votar a uno de los dos partidos ‘turnantes’. Y un elenco de oligarcas de altas esferas - la ‘trama’- para legalizar, ocultar o evitar conflictos en los tribunales cuando se descubriesen los trapicheos de las ubicaciones en calles italianas; especialmente de ‘Génova’ y sus vecinos.

Cien años después, el mecanismo sigue funcionando, y la democracia se sigue deteriorando para desdicha de los ciudadanos. Y, si no, que se lo pregunten a los catalanes.