El 31 de enero de 1835 quedaban abolidos por Real Orden, en los territorios de la corona española, los estatutos de pureza de sangre, un hecho que ponía fin a siglos de marginalidad para aquellos ciudadanos que no descendían de los llamados «cristianos viejos». Esta prueba consistía en alegar los orígenes cristianos de los antepasados, para que no hubiese dudas sobre antecedentes religiosos y de esta manera poder formar parte de órdenes religiosas, emigrar a América, casarse, ser militar profesional, ser hidalgo o formar parte de la administración. Sin duda alguna esta prueba, basada en testimonios tanto orales como escritos, era un símbolo de la intransigencia religiosa que afectaba a todos los aspectos de la vida, fuese esta privada o pública, lo mismo daba.

Los estatutos de pureza de sangre habían surgido en el siglo XV como una forma de controlar el ascenso social de los conversos de otros credos, judíos y musulmanes, bajo la acusación de ser falsos cristianos en una España que años después, en 1492, terminaría por expulsar a los judíos y segregar de manera violenta a los moriscos. Al frente de esta cruzada integrista se encontraba la Inquisición, uno de cuyos principales valedores sería el fraile dominico Tomás de Torquemada, de origen judío converso, que terminaría por ser el mayor supervisor de la fe cristiana y principal adalid de la expulsión de los judíos y del miedo de la población a la crueldad de los temidos tribunales de la inquisición, haciendo celebre el dicho popular “frente al rey y la inquisición, chitón” , para los desobedientes quedaban abiertas las puertas del presidio, la tortura o la hoguera.

Los términos en los que se redactaban los estatutos de pureza de sangre son reveladores de la importancia que, para los súbditos, tenían estos documentos. El 18 de octubre de 1751, Esteban Martínez, vecino de la aldea de Malpartida de Cáceres, solicita certificación de pureza de sangre para casarse con Isabel Hernández, para ello debe acreditar que sus padres y abuelos, “tanto maternos como paternos, son personas honradas, limpias de toda mala raza, cristianos viejos y si haber ejercido oficios viles, ni haber sido penitenciados por el Santo Tribunal de la Inquisición “, presenta la fe de bautismo de su ascendencia, que se había solicitado al pueblo de Valencia de Don Juan, obispado de Oviedo, donde figuran sus raíces familiares, de manera especial su origen religioso, así como los testimonios del cura del pueblo que aportaban validez a estos informes. El documento, una vez examinado y aprobado por las autoridades religiosas, le otorgaba licencia para poder casarse o para trabajar en la administración o coger el camino de las armas o el de las Américas.

Aunque hubo formas, maneras y mecanismos de burlar los trámites para conseguir demostrar que se descendía de cristianos viejos, durante siglos obtener la pureza de sangre era un salvoconducto para no ser perseguido o marginado en una España que aporto, a su propia leyenda negra, mecanismos de represión que cercenaban los derechos ciudadanos en función del credo religioso.