Parece que en este julio de altibajos térmicos, los cacereños andan quemados con los fuegos que se producen un día sí y el otro también. Y tienen toda la razón para ello si se comprueba cómo están los alrededores. Un manto negro rodea a toda la ciudad en lo que no hace ni dos meses era un vergel.

El aspecto que ofrece Cáceres es triste y, aunque el estío nunca ha sido aliado de la ciudad, que deja sus mejores galas para la primavera, el panorama resulta desolador.

Pero si mala cara se ofrece en el exterior, de puertas para dentro, en el centro, el panorama no es tampoco muy gratificante con lo que ha pasado esta semana en pleno paseo de Cánovas. El popular quiosco de la música fue incendiado por unos malvados, tal como los ha definido el propio alcalde, sensiblemente molesto por lo que está ocurriendo en una ciudad a la que se presume feliz.

Si graves son y han sido estos actos vandálicos, no debieran éstos programar las aspiraciones y los proyectos de una ciudad que quiere ser capital cultural europea. Una cosa no debe ir vinculada con la otra y sería un error renunciar a una meta por la actuación desalmada de unos caprichosos. ¿Que hay vándalos...? Pues se les detiene y punto, pero el 2016 es irrenunciable para Cáceres.