Uno de los juegos de mesa más apasionantes y variados de la Historia es la chaturanga; un desafío entre cuatro contendientes, al mando cada uno de distintas piezas de carácter militar, que entrelazan una batalla incruenta sobre un tablero de 64 cuadros blancos y negros.

Lo inventaron los hindúes hace miles de años. Los árabes le reformaron para que fuera de solo dos jugadores, y le introdujeron en España, junto a otros bienes culturales, durante el período emiral. Ellos lo llamaron ajedrez, y así lo bautizó Alfonso X El Sabio en el siglo XIII, cuando explicó a los toledanos cómo se jugaba y se asediaba al contrario, en el famoso ‘Libro de las Tablas del Axedrez’.

Uno de los movimientos más originales es el del salto del caballo, que ha servido desde entonces de modelo a los políticos españoles para evitar controversias, eludir diversos problemas y salir por pies de muchas situaciones comprometidas en las que se vieran involucrados por meter mano en la bolsa. Pues los movimientos del caballo sobre el tablero permiten a los jugadores astutos saltar sobre otras piezas: el Rey, la Dama, los alfiles, torres y peones, para salir de los aprietos en que estuvieren; o para atacar a las piezas enemigas desde posiciones insospechadas.

Los gestores actuales de la Res Pública, a nivel nacional --incluso en la provincial o autonómica-- no hay duda que son grandes estrategas del ajedrez, que saben moverse y regatear sobre el tablero como piezas experimentadas, en las tramas de escaques blancos y negros de una mesa de juego. ¡Se saben escaquear!

La mayoría de ellos solo son peones, situados en alcaldías, gestorías, asesorías o funciones secundarias; pero todos han aprendido a avanzar de frente y comer de lado --disimulando las mordidas-- con juegos estratégicos muy estudiados. Al fin y al cabo ellos son solo los peones; los que crean y facilitan a otras piezas más importantes los movimientos esenciales de cada partida. Los que hacen posible que las torres, caballos y alfiles puedan emprender grandes jugadas en distintas direcciones, ocultando sus objetivos, para anular los planes o previsiones de otros poderes del Estado, que intenten frenar los propios.

Las torres para defender al Rey y a la Dama, a los Presidentes o las Presidentas; a los o las Secretarias Generales; a los Tesoreros, gestores o comisionados de cada partido, etc. Los alfiles suelen ser jóvenes abanderados que acompañan a los altos gerifaltes; desempeñando la función de portavoces mediante razonamientos oblicuos e imprevisibles; repitiendo postverdades destinadas a desmontar las imputaciones más comprometedores de las resoluciones judiciales.

Y aquí es donde aparecen los saltos de caballo en todas direcciones, obviando las sospechas más evidentes para negar lo innegable, exigir una supuesta presunción de inocencia, reinventar lo ya demostrado y acabar jurando que lo blanco es negro, si fuera necesario, para seguir manteniendo en las tertulias que su formación política es la que más lucha contra la corrupción y que, desde que ellos gobiernan, ha sido cuando más denuncias, procesos, imputaciones y encarcelamientos se han emprendido contra la corrupción, el fraude fiscal y la apropiación indebida de los caudales públicos.

Verdades absolutamente ciertas, puesto que son sus propios peones quienes las provocan en cada partida que juegan.