El espíritu de Pacífico estaba allí. Rodeado de jóvenes y niños, con los que también creció, y de sacerdotes y hermanos franciscanos con los que compartió el mismo techo hasta su muerte el pasado día 25 en el monasterio sevillano de Loreno, donde falleció con 75 años. También había padres y abuelos llorando ayer en la iglesia de Santo Domingo para dar su último adiós a este franciscano ejemplar, que supo hacer de su vida un ejemplo de las enseñanzas de Cristo como recordó en su homilia Manuel Díaz Buiza, el franciscano que ofició la ceremonia religiosa en un templo abarrotado.

Cuando Pacífico mirara anoche desde el cielo esa multitudinaria manifestación de despedida a la que no faltaron políticos de distinto signo --desde la actual regidora de la ciudad, Carmen Heras, al exalcalde José María Saponi--, seguro que esbozaría la sonrisa llena de paz que le caracterizaba de cerca. El abrazo infinito que recibió de todos los que acudieron a la ceremonia fue la mejor manera de reconocer una vida dedicada a los jóvenes en el colegio San Antonio y la asociación Amigos de Francisco de Asís, de la que ayer hubo una amplia representación de generaciones de los campamentos de García de Sola, Pinofranqueado y Descargamaría.

En estos lugares para la naturaleza dejó esparcidas sus semillas el genial religioso, como también se encargó de recordar Díaz Buiza ante los asistentes, que se estremecieron de nuevo al escuchar las canciones con las que el franciscano fallecido acompañaba aquellas misas de doce y media en Santo Domingo.

Siempre quiso cumplir con la radicalidad del evangelio que predicó Francisco de Asís. Tampoco tuvo miedo a la muerte. Tres niños que intervinieron en la eucaristía pidieron que su recuerdo siga vivo. Pacífico, ya junto a ese Dios del que tanto habló, estaría ayer muy feliz porque su obra continúa.