Cuando el genial aragonés Francisco de Goya inició el diseño de una colección de grabados --los Caprichos-- en los que quería representar la sordidez, la miseria, la ignorancia y el atraso del alma humana, seguramente llevado por el grado de corrupción física y moral de la sociedad española de finales del siglo XVIII, de las que él mismo era testigo. Dibujó con gran riqueza de detalles y expresiones una serie de frailes, de brujas, de nobles desgarbados y de condenados por la Inquisición --con las caras desfiguradas por el vicio y la torpeza-- en actitudes muy poco edificantes, en las que se criticaba y satirizaba a gobernantes prevaricadores, predicadores ignorantes, obispos fanáticos y gentes llenas de odio. Resultado de los abusos, de la ignorancia y de la desidia de los poderosos para con los indigentes y humildes; que eran la gran masa del país.

Goya era un ilustrado --no un iluminado--; un hombre de grandes intuiciones y una sensibilidad de genio. Como tantos y tantos pensadores, escritores y críticos de su época, que rechazaban aquella sociedad corrupta, que agonizaba bajo el prolongado gobierno de Manuel Godoy y Álvarez de Faria, Primer Ministro de la monarquía borbónica de Carlos IV; que desoía y yugulaba las protestas del pueblo y las reivindicaciones de las clases no privilegiadas; mientras atesoraba rentas, tierras y prebendas hasta llegar a ser el privado más adinerado y ostentoso de la corte; y sus partidarios, los más corrompidos del Reino.

Siguiendo en el curioso paralelismo que se pueda establecer entre Mariano y Manolo --y por la identidad fonética de sus apellidos-- quizá podamos notar que aquellos dislates y vampiros que reflejó Goya en sus Caprichos, no desmerecerían en nada con los que hubiera podido realizar ahora; aunque tuviera que usar tecnología digital, para publicarlas mediante twits en Internet. Donde ya no se necesitan dibujos, ni diseños, ni siquiera saber escribir; porque este sistema está ideado para los que no saben hilar frases que tengan más de ciento cuarenta caracteres; es decir: diez o doce palabras; que es, más o menos, hasta donde llegan nuestros políticos actuales.

La serie de los Caprichos se abría con un personaje cualquiera --quizá el propio Goya, como personificación de la razón-- dormitando sobre una mesa, mientras a su alrededor revolotean búhos, lechuzas, cárabos y otras rapaces nocturnas; que hoy estarían representando tramas de corrupción, fanatismo ideológico o a numerosos defraudadores, manipuladores y malversadores de caudales públicos; con sus alas desplegadas para eludir la justicia; y con sus picos y garras afilados y corbos, para robar y saquear todo los que tenga algún valor y pueda ser engullido por cualquier rapaz nocturna.

Pues, efectivamente, cuando La Razón pierde la razón, defiende con especial entusiasmo a todos los pajarracos que están intentando comerse lo poco que vaya quedando en los esquilmados campos de la economía nacional. Por cuya bizarra defensa recibe innumerables pitanzas del Canal de Isabel II; causa y ejemplo de la corrupción política más abyecta de la Comunidad de Madrid, de los albañales del Estado y de otros depósitos de lodos podridos, escondidos bajo las alfombras de muchos despachos; a la espera de poder exhibirlos cuando haya otras elecciones y salgan a la luz pública frente a la gente y ante la justicia.