Si hay una profesión en la que el paso del tiempo se presenta evidente es, sin duda, la de los que nos dedicamos a la docencia. Atrapados por la presencia de los alumnos, contemplamos con resignación como ellos siempre tienen la misma edad y, sin embargo, nosotros, cada año uno más. Esto, que es una obviedad manifiesta, trae consigo no pocas consecuencias desde el punto de vista laboral y personal. De entrada, supone que el paso del tiempo va abriendo una brecha vital importante entre ellos y nosotros, con las lógicas dificultades de comprensión mutua que eso acarrea; y por si esto no fuera suficiente, las modas se vuelven irreconocibles, y ya no sabemos si los vaqueros les quedan cortos porque se llevan así o porque es la consecuencia de «haber-pegado-otro-estirón» la última vez que tuvieron fiebre. Además, el vocabulario cotidiano se vuelve irreconocible, la música y los nombres de los grupos imposibles de recordar, y para cuando consigues aprenderte el estribillo de una canción, ya se ha pasado de moda, y te miran raro, -«mira este friki»-, cuando intentas siquiera tararearla. Así, condenados a observar el paso de las sucesivas generaciones sin ni siquiera recordar la anterior, nos surgen dudas cuando los alumnos más cariñosos vuelven a visitarnos o nos los encontramos por la calle e intentamos recordar sus nombres. Por eso, sonreímos todo lo posible estirando la memoria y atentos a cualquier pista que nos lleve a recordar el curso en cuestión. Para decir toda la verdad, algunas veces acertamos y conseguimos rehacer la historia rememorando algunas anécdotas, -sobre todo de viajes y excursiones-, con lo que el encuentro finaliza felizmente para ambas partes. Pero otras, el esfuerzo es en vano, y solo queda poner buena cara, desear lo mejor y consultar los archivos al día siguiente. No sé qué pensará usted, pero yo tengo la sensación de que el tiempo pasa muy rápido, demasiado rápido; y me temo que, aunque queramos mirar para otro lado, la vida diaria nos lo recuerda insistentemente. «Tempus fugit, carpe diem», acuñaron los clásicos; y en esto, como en casi todo, también acertaron.