Aunque han tardado, ya tenemos terrazas en la plaza de Albatros. Te das una vuelta por allí y no percibes nada especial. Pero los vecinos sí que lo perciben. Ya tenían como rutina los ruidos a partir de las tres de la madrugada y ahora deben acostumbrar su cuerpo a los que se producen hasta las dos.

De manera que cada día les van quitando más horas de sueño. Porque, dada la tendencia de los españolitos al vocerío, las terrazas se convierten en una fuente de ruidos insoportables.

Pero los vecinos lo tienen crudo. No hay razón para que los bares no obtengan los permisos necesarios para terrazas, pues se supone que tienen las licencias en regla y pagan los cánones exigidos como los de las otras zonas. Por otro lado, de nada habrá que culpar a los establecimientos si cierran a su hora. Su único punto de salvación consistiría en que el ayuntamiento hiciera cumplir el bando del silencio. Pero ese bando nunca se cumple.

No sé si alguna fuente de ruidos prohibidos por el bando del silencio ha sido multada en toda su historia y mucho menos clausurada, pero me extrañaría. Lo más frecuente es avisarles para que aminoren la sonoridad. Y eso no es suficiente.

Son necesarias medidas que eviten los ruidos, no sólo que los sancionen. Porque a quien le han despertado no le suele consolar que multen al culpable y prefiere que no haya motivo para los despertares.

Claro que en estos tiempos está muy mal vista la vigilancia, que tiene carácter disuasorio. Pero si no están dispuestos a hacer cumplir las leyes, en este caso el bando del silencio, lo mejor es que no lo promulguen y así los ciudadanos no tendrán falsas expectativas. De manera que la cuestión no está en la legislación sino en la voluntad política de solucionar los problemas.