¿Es capaz el actor Ben Stiller de plantarse frente una cámara y no sentir la necesidad de hacer payasadas? ¿Puede una película china de época ser a la vez un clásico del cine independiente americano? ¿Va a dejar algún día de nevar en Berlín? La jornada competitiva de ayer en la Berlinale contestó a todo que sí. Porque el artista antes conocido como Zoolander llegó al festival para presentar una dramedia (drama y comedia) y porque Zhang Yimou aportó al concurso A woman, a gun and a noodle shop , ni más ni menos que un relectura de Sangre fácil , ópera prima de los hermanos Coen. Y, claro, porque no nevó.

Stiller apareció con perilla blanca, quizá porque Greenberg , que dirige Noach Baumbach, es una meditación sobre ese concepto pop llamado crisis de la mediana edad, y se mostró más bien ausente, quizá para dejar claro que no es una película de gags. ¿Una nueva etapa en su carrera? Tal vez. "En la vida real no soy tan bueno contando chistes como en pantalla", justificó Stiller la sosa actitud que mantuvo ante la prensa.

Encarnado por un Stiller impecable, implacable, el Greenberg de Baumbach es un tipo que, con 40 años, no ha hecho nada de relieve con su vida y cuyos vanos intentos de engañarse diciendo que eso le hace feliz desembocan en ataques de violencia demente. Contemplarlo provoca conatos de risa, pero no tiene ni puñetera gracia. Sus problemas son dolorosamente serios. Y Baumbach los retrata sin cinismos ni melodramas, con gran compasión y gran inteligencia. Con clase.

En su improbable remake, Zhang Yimou también juega a la vez con lo cómico y con lo trágico, pero de otra manera. En lugar de situarse en tierra de nadie, divide A woman, a gun and a noodle shop en dos partes. La primera es una comedia desmelenada y más bien insufrible que maneja los códigos típicos del humor amarillo. En cambio, la segunda parte es una absorbente intriga desnuda y prácticamente muda que no ofrece concesiones al humor y que se muestra fiel a la historia de adulterio y crimen de Sangre fácil .