Que el arte debe estar escrito con A mayúscula para hacernos sentir es una suposición muy arraigada para un tipo de consumidor cultural. Para otro, más cínico, películas como El lector son diseñadas con pretensiones mayúsculas expresamente para amasar estatuillas. En la Berlinale no hay mucho cínico suelto, a tenor de la reacción mostrada ayer por la prensa tras la presentación, fuera de concurso, de la tercera película de Stephen Daldry (un tipo que no ha hecho un solo filme por el que no fuera nominado al Oscar).

Casi todas las intervenciones de su protagonista, Kate Winslet (también candidata), recibieron cerrados aplausos. "No me importa desnudarme para la cámara, es mi trabajo". Aplauso. "No leo lo que escriben de mí, quiero mantenerme cuerda". Aplauso. "Mi responsabilidad ante este personaje era dar con el equilibrio necesario para retratarlo como un ser humano capaz de dar amor y afecto, de ser vulnerable y valiente, pero también cómplice de un genocidio". Los aplausos premiaban también una interpretación muy alabada, pese a que la mejor interpretación del filme la ofrezca David Kross.

LA CULPA Basada en la novela de Bernhard Schlink, El Lector --que se estrena el próximo viernes-- examina la culpabilidad alemana en el Holocausto a través del romance entre un chico de 15 años y una mujer de más del doble que después resulta haber sido celadora en Auschwitz. "No es una película sobre el Holocausto, sino sobre sus consecuencias y su impacto", matizó Daldry.

Después de todo, el sujeto de la obra es la incertidumbre moral y la parálisis emocional de la generación alemana enfrentada a lo que sus padres sabían e hicieron --o no sabían y no hicieron-- en la guerra. En otras palabras, si resultara que tu primer amor, tu mentora sexual, fue una nazi, y si admitiendo que ella quería que le leyeras libros en voz alta antes de tener sexo pudieras reducir su condena, ¿qué harías?

Daldry convierte la economía dramática que Schlink exhibe en sus páginas hablando de limbos morales en música cargada de sentimentalismo y escenas eróticas largas e indulgentes. Eso sí, la película se niega a limpiar las ambigüedades que ocupan el centro de su modelo. Es decir, pisa con acierto el terreno ético: no niega ni dispensa lo que su personaje central hizo, pero comprende que haberlo hecho no define su vida ni su identidad.

El lector no es una película que nos haga contemplar los horrores cometidos por los malvados sirvientes de Hitler y luego pretenda hacernos sentir mejor por no permitir que aquello vuelva a suceder. Tampoco habla de lo malos que fueron unos miles de alemanes. Habla de lo inhumano que el ser humano puede llegar a ser, y de esa paradoja que le hace más fácil cometer un acto terrible que vivir con sus consecuencias.