Juan Ramón Biedma es un doble descubrimiento de la Semana Negra de Gijón. Lo fue el año pasado cuando su novela El manuscrito de Dios quedó finalista del Premio Dashiell Hammett, que se falla en cada edición de esta feria del libro, y lo fue ayer, al presentar en público esta obra de debut, un texto anticlerical, al borde del surrealismo, que pone en blanco y negro los problemas de una Sevilla multicolor, camuflados por su gancho turístico y los tópicos.

Biedma (Sevilla, 1962) estudió Derecho, que no acabó, ha sido locutor y guionista de radio, crítico de música y cine, ha publicado relatos breves en antologías al margen de los circuitos comerciales, se desplaza en silla de ruedas como consecuencia de una parálisis sufrida de niño y trabaja en Gestión de Emergencias, empresa de la Junta de Andalucía. El manuscrito de Dios (Ediciones B) llegó a las librerías a mediados de junio y ya se ha agotado la primera edición.

La novela, "gótica, negrísima, violenta, salvaje, bien escrita y de una lectura que atrapa", según Paco Ignacio Taibo II, director de la Semana Negra, transcurre en una Sevilla poco menos que apocalíptica, oscura, donde siempre llueve, con sanatorios abandonados, mendigos cobijados en aparcamientos y todo ello a la sombra de una catedral siniestra. Los elementos que articulan la narración son la búsqueda de un manuscrito perdido en la antigüedad, el rastreo de cinco maletas que nadie sabe qué contienen y tres personajes esenciales: un sacerdote, la hija de otro cura y un mendigo.

Este tenebroso panorama, desmedido y repleto de excesos, es en realidad la paradoja de la Sevilla de hoy, una ciudad que, según el autor, contiene peligros muy reales: "Asolada por la droga, con grandes diferencias sociales y zonas donde ni siquiera la policía se atreve a entrar". Biedma añade que con su novela ha querido dar un enfoque esperpéntico para "reflejar con cristales deformados el día a día de la gente".

Acabó la novela en el 2001, cuando la moda de los thrillers históricos con protagonistas a la búsqueda de códigos, sábanas y arcas de Noé aún no era literatura al uso ni había copado las librerías españolas. "Mi novela recupera los elementos que se fijaron en mi imaginación infantil, atmósferas cerradas, ambientes tristes y manuscritos que aparecen en la literatura esotérica".