Los dos están en una situación extrema. Les urge coger ese último tren que les sacará del profundo agujero en que se encuentran. Por eso se necesitan, se buscan, pero entre ellos apenas existe el cariño. Son dos personajes en los que se ve aflorar la parte más sucia y egoísta del ser humano. «Un reflejo en el que mirarse para por lo menos saber qué decisiones no se pueden tomar». Ambos son los protagonistas de La Torre, una producción de la compañía pacense Aran Dramática --escrita por Eugenio Amaya-- con la que Jorge Moraga (Villanueva de la Serena, 1985) se estrena como director. Tiene experiencia capiteneando proyectos de microteatro (de 10 o 15 minutos de duración) en Madrid, pero nunca se había enfrentado a un obra de larga duración (90 minutos) y asegura sentir con intensidad ese cosquilleo en el estómago de la primera vez. Moraga, que también es viñetista de El Periódico Extremadura, estrena su criatura este martes 15 de noviembre en el Teatro López de Ayala de Badajoz. La cita es a las 21.00 horas.

-Ha trabajado en otras ocasiones como ayudante de dirección con Eugenio Amaya. ¿Qué diferencia hay entre estar al frente o un paso por detrás?

-Lo más complicado es tener que tomar decisiones. Como ayudante de dirección te puedes arriesgar, puede proponer con menos reservas, porque sabes que la decisión final no es tuya. Pero en este caso siento que la responsabilidad, para bien y para mal, es mía. También se puede arriesgar, obviamente, pero es cierto que lo haces de otra manera.

-Ha tenido la suerte de trabajar con un equipo que ya conocía.

-Sí, y no puedo estar más agradecido con lo mucho que todos se han implicado. Han confiando en mí y lo siento como un regalo. Además, los dos actores, Quino Díez y Cándido Gómez, son amigos, tienen mucha química, y eso se nota sobre las tablas del teatro. Es una suerte que podamos dedicarnos a esta vocación y trabajar con gente así, tan entregada y con tanta profesionalidad. Yo espero que la obra guste, que el público se enganche, pero sobre todo la gente va a ver que hay un gran trabajo detrás.

-¿Una de las claves para ser un buen director es conocer en profundidad a su equipo?

-En parte sí, pero sobre todo la clave está en saber aprender de ellos. Porque yo puedo decir que he hecho un máster con este equipo. Yo creo que el buen director es el que ve el talento en los demás, el que sabe aprovecharlo y canalizarlo para sacar lo mejor de cada uno. Y un buen director es también quien no teme el talento de los demás, quien no se siente vulnerable ante alguien que brilla, todo lo contrario. La mejor experiencia es poder aprender de estos profesionales.

-¿Ha elegido usted a los actores?

-Sí, aunque Eugenio también me los propuso. No obstante, me ha dado libertad absoluta para desarrollar la obra, y eso se agradece mucho porque es un gesto de confianza.

-Hablemos de la obra. El argumento pone el foco en la especulación urbanísitca, en la cultura del pelotazo. ¿Qué moraleja se extrae?

-Cada vez tengo más claro que el éxito se consigue con el trabajo del día a día y que es un camino largo. No creo en los golpes de suerte, porque te hacen construir castillos y torres en el aire que luego se caen en apenas unos segundos sin que te des cuenta. Y es entonces cuando empiezan los problemas.

-¿Con qué sensación se va a quedar el público?

-Pretendo que la gente se entretenga, que se enganche, pero también que la historia trascienda más allá. Que la gente piense. Creo que una de las sensaciones que va a dejar es la compasión, porque van a entender que en determinadas circunstancias sale lo peor de nosotros mismos, la parte más sucia, más egoísta.