Tiene 28 años. Es delgado, fuerte y semianalfabeto. Habla atropellado y suelta muchos tacos. Se toma cuatro o cinco tequilas antes de actuar y, después, se encomienda a la Santa Muerte ("Muerte querida de mi corazón, no me desampares con tu protección..."). Asegura dormir bien. Este personaje es un decapitador de Los Zetas, sicarios a sueldo del cártel del Golfo, y le habla al periodista mexicano Sergio González Rodríguez. Es uno de los testimonios recogidos en su último libro, El hombre sin cabeza (Anagrama), una mezcla de crónica, ensayo y autobiografía.

Tras estudiar los rituales solares y sanguíneos presentes en la sociedad mexicana desde tiempos precolombinos en De sangre y de sol , y de investigar el feminicidio que sigue diezmando a las mujeres de Ciudad Juárez en Huesos en el desierto , González ha dirigido su mirada escrutadora a las decapitaciones.

BARBARO Este fenómeno criminal y bárbaro empezó a generalizarse en su país a partir del 2006. El saldo de la violencia vinculada al narcotráfico a final del 2008 era, según explica en el libro: más de 5.200 ejecutados, una media de 17 secuestros diarios, 312 asesinatos con mensaje y al menos 170 decapitados.

El autor cree que su libro es "un trabajo de memoria, más allá del pintoresquismo y el amarillismo", para explicar la degradación de una sociedad a causa del narcotráfico y el origen de la violencia extrema.

La irrupción del fenómeno obedece "a un atavismo que creíamos desaparecido. Si reaparece es porque pervive su memoria en las comunidades". Y hay que evitar que crezca, explica el periodista. "El sable, la hoz, el machete, el torniquete, la navaja y el hilo de cortar que en la actualidad se usan para decapitar a las personas, ostentan un regreso a los usos premodernos", escribe en el libro, y resalta la coincidencia entre el punto más alto de desarrollo técnico y científico con las conductas más atávicas. El autor considera fundamental la depuración institucional ya que la corrupción y el narcotráfico "es consustancial al poder".