Abrió este Festival de la crisis con Lluvia , producción imprevista de flamenco donde el trámite zapatea como remedio al caos y a la incapacidad de un Festival de más de 3 millones de euros (¿dónde está la crisis?) cargado oscuramente de bolos que menoscaban su personalidad --solo dispone de una producción original: Lisítrata --. Un Festival cuyo objetivo se centra en la consolidación de la identidad grecolatina, según palabras perseverantes de su director, que tiene la gran contradicción de inaugurarse con este tablao de flamenco con calzador y de clausurar con una obra de Moliere El avaro

Lluvia es el primer bolo de la serie. Se estrenó en febrero de 2009 año en el XIII Festival de Jerez de la Frontera, habiendo recorrido después otros lugares. Sustituye a otro bolo, malogrado a última hora: Medea , espectáculo griego de danza contemporánea, que data de 1993 (tuve la ocasión de verlo en su reposición de 1998, en la Expo de Lisboa). Tales pormenores explican el desfase actual de este Festival que sigue alardeando neciamente de ser el mejor del mundo en su modalidad.

Lluvia de la bailarina y coreógrafa Eva Yerbabuena es, ante todo, un género abierto de baile moderno español que mezcla dos discursos interpretativos visiblemente diferenciados: la danza contemporánea y el baile flamenco comercial de siempre, pero que en el contexto del Festival aunque se puedan ver y apreciar sin ningún contenido grecolatino resultan una cataplasma sobre el escenario romano.

El espectáculo se nota que está concebido para espacios más reducidos, pues se trata de un ejercicio de introversión en donde la artista --con sufrido deseo de introducir un mensaje-- se adentra en un estado anímico pesimista de desamor e incomunicación que inunda la propuesta estética, tratada según ese sentido del ritmo arraigado en el vigoroso lenguaje de la expresión corporal, la pantomima, la danza, la música, la poesía y el cante y baile flamenco. La Yerbabuena realiza un trabajo valioso aunque no lo logra de pleno, y menos en esta función precipitada donde deja muchos cabos sueltos en el inmenso espacio (el sonido es deficiente y la oscura luminotecnia esta mal diseñada, sobre todo es nefasta para los espectadores de la cavea media). No obstante, la mayoría de las veces lo maneja con soltura integrando cada componente artístico y consigue la sobriedad necesaria y atmósfera expresiva de ese mundo de dolor con excelentes instantes de plasticidad total en el conjunto.

La primera parte es de danza contemporánea adaptada al flamenco con un planteamiento riguroso y estructurado de la obra del que tampoco se saca el máximo de sus posibilidades. En sus elucubraciones hay una recurrente plasticidad (ya superada por otros seguidores españoles de la coreógrafa alemana Pina Baush) y desnatado disfrute de la belleza corporal que tendría otro valor si hubiera un sustrato argumental más interesante y claro (el titulo sólo queda como metáfora inexplicable de sentimientos). Ahora bien, toda esta trillada significación dramática de danza depresiva y plana cambia en la segunda parte cuando la artista remedia la pena sacando de un baúl sus mejores recuerdos de bailaora y compone el tradicional tablao flamenco donde las coreografías se crecen con unos cantaores y bailaores que saben llenar el espacio y colmarlo de armonía. La música y el cante tratados en casi todos los palos del flamenco es exquisito y en los bailaores no hay un solo músculo que no exprese los sentimientos y variaciones íntimas.

Lo mejor de Eva Yerbabuena en esta segunda parte son sus virtudes interpretativas de bailaora, sola o con la réplica emocionada y emocionante del cuerpo de baile --y resto del elenco-- derrochando toda su prodigiosa energía, por donde se manifiesta sin descifrar ese duende o espíritu de sus raíces granadinas.