Hay pocos momentos plenos en una vida, momentos en los que no añadirías ni quitarías nada, momentos en los que todo es perfecto. Además son difícilmente reconocibles, porque el tiempo lo desvirtúa todo, y lo que antes te resultaba maravilloso ahora puede ser tan solo un buen recuerdo, superado por la madurez, la responsabilidad, o sencillamente, la experiencia.

Sin embargo, yo lo tengo claro: nunca he sido tan feliz como cuando compré, un domingo por la tarde, después de comer, con cuarenta pesetas que me dio mi padre, un Mortadelo y Filemón de la colección Olé. ¡Oh, Dios, gracias, había tanto por leer! Me tumbé en un sofá del comedor, y pensé: lo tengo. Lo tengo en mis manos, docenas y docenas de páginas de diversión. Nadie me lo puede quitar.

En la colección Olé podías encontrarte con una historia larga de Mortadelo a un precio razonablemente más asequible que el de los extraordinarios tomos de la colección Ases del Humor. Además, traían una aventura corta, probablemente del Súper Mortadelo, y dos o tres páginas, al final, de las antiguas. Algunas veces aparecía una de Pepe Gotera y Otilio. Pero esta vez no, esta vez se trataba de un ejemplar cien por cien Mortadelo, y todas las aventuras eran, sin más, geniales, de lo mejorcito. Chapeau el esmirriau, leyenda absoluta, impecablemente dibujada. Solo superada por la obra maestra Safari callejero y por la biblia del humor,la quintaesencia de la diversión, la ultracomedia perfecta: Valor y... ¡al toro!

Valor y... ¡al toro! me la sabía de memoria,pero por algún azar del destino, Chapeau el esmirriau permanecía virgen a mis ojos, hasta esa tarde. Tenía TODA la tarde para eso. Bueno, estaban los deberes del lunes,pero eso era mucho más importante. Algo dentro de mí se rebeló y llegué a la conclusión de que leer ese tebeo eramucho más importante. Me reía solo, a carcajadas. Soloen aquel salón. ...Solo no. No estaba solo. ...Con miamigo Ibáñez.

Ibáñez, el hombre al que más he admirado en este planeta. Ibáñez, el genio, el Dios. Ibáñez, con Mortadelo, nos colocaba a los españoles en la cima del mundo, frente a Franquin, Uderzo, Peyo, el olimpo del cómic franco-belga. Ibáñez, el hombre que me ayudó a comprender que lo más importante de este mundo es reírse. El hombre que me ayudó a crecer y a soportar la vida. A través de sus dibujos entendí las cosas, los objetos. El cigarrito que se queda pegado en la suela, la manera de dibujar una oreja, los agujeros de la nariz, las paredes con ladrillos, los coches, un camello. El mundo. La carrera final, perseguidos por Filemón, o por el superintendente, es un resumen de la vida. Terminaré así, perseguido mientras intento esconderme inútilmente con un ridículo disfraz de avestruz. Pero no todo se habrá perdido. Una vez, hace mucho, toqué el cielo, porque, con cuarenta pesetas que me dio mi padre, me compré un ejemplar de la colección Olé. Ojalá, algún día, mis hijas sientan lo mismo que sentí yo.

Alex de la Iglesia