Durante la pasada década, con solo tres películas -'La ciénaga' (2001), 'La niña santa' (2003), 'La mujer sin cabeza' (2008)-, se convirtió en cineasta fundamental. Después, de forma inesperada, pareció borrarse del mapa. Su regreso a las pantallas ha sido una odisea. Para completar 'Zama', adaptación de una novela de Antonio di Benedetto, necesitó de hasta 16 productores entre los que figuran los hermanos Almodóvar. Una vez completada, la película fue rechazada por festivales como Cannes, Berlín y San Sebastián. Finalmente vio la luz en la Mostra de Venecia, y desde entonces la crítica se ha rendido sistemáticamente ante ella.

'Zama' ha tenido una acogida extraordinaria. ¿Se siente reivindicada? Bueno, a nadie le amarga un dulce. Pero trato de mantenerme impermeable a lo que digan de mí, incluso si es bueno. Las opiniones malas y las buenas ejercen el mismo nivel de violencia sobre mí. Me sacan del eje. Para mí el proceso de hacer cine es tan vital que condicionarme a una mirada externa implicaría ir en contra de mí misma de una forma muy dañina. El día que quiera supeditarme a otro, me casaré.

Entre 'Zama' y su anterior película, 'La mujer sin cabeza' (2008), han pasado nueve años. ¿Demasiado tiempo? El necesario. Existe esta noción de que los directores deben rodar sin parar, y no estoy de acuerdo. No hay que filmar tanto. Al menos, yo no: no tengo ni mucho que decir ni muchas ganas de trabajar. Vivimos en una época en la que producimos en exceso, sin motivo, en todos los ámbitos. Cada vez que oigo que una productora o un canal de televisión andan buscando contenidos me entra la depresión. En el fondo son eso, contenedores: gigantes cubos de basura. Yo intento no lanzar basura sin parar.

¿Por qué decidió adaptar la novela de Di Benedetto? Pasé un año y medio trabajando como una loca en un guion que al final tuve que meter en un cajón, porque no dispongo de los derechos del cómic en el que se basa. Para olvidar ese revés me embarqué en un extraño viaje fluvial, durante el que leí el libro. En el fondo 'Zama' es la historia de un hombre que está atrapado esperando algo, un premio por lo que ha hecho, y yo entonces me sentía exactamente igual; esperaba ser recompensada por ese guion que había escrito y no iba a poder rodar. Supongo que por eso me impactó tanto su lectura.

La novela, de hecho, está dedicada a las víctimas de la espera. ¿Es tan malo esperar? ¿Qué es la espera? Como digo, las ansias por la llegada que algo que creemos merecer. En otras palabras, encarna una idea que uno tiene de sí mismo y, por tanto, es una trampa. Si fuésemos más flexibles respecto a quiénes somos, no seríamos tan proclives al fracaso. El fracaso ocurre cuando tenemos una idea muy concreta de lo que somos y lo que queremos. La identidad genera rigidez, y lo que es rígido tarde o temprano se rompe. Nuestra cultura se ha empeñado en la rigidez.

¿A qué se refiere? A toda esa colección de expectativas por las que nos dejamos presionar, y que nos han convertido en una cultura de psicópatas. Estamos permanentemente expuestos a ideales, de belleza o de edad o de sexo, que no dejan de recordarnos todo aquello que jamás lograremos ser o tener. Por eso siento simpatía por mi personaje, Diego de Zama, aunque sea un tarado. Me gustan los personajes débiles y defectuosos, son más reales. Los héroes, en cambio, me parecen lo peor de lo peor.

Zama, en todo caso, es algo peor que un tarado: la encarnación misma del colonialismo. El colonialismo y su discurso triunfalista, sí. Los que están en el poder son quienes escriben la Historia, y por tanto es muy difícil conocer nada de ella que no pase por la mirada del hombre blanco del siglo XVI. Eso significa que la Historia de las colonias no es más que una mentira, un relato que se mandó para justificar una sucesión de crímenes y saqueos. Por eso, para mí era importante ofrecer una versión de la Historia que estuviera al margen del relato oficial, que es pura falacia.

¿Por qué, en ese caso, hay una ausencia casi total de violencia en la película? Por motivos morales. En el guion incluí una escena de violación, pero luego decidí no filmarla. No me apetecía hacerlo. Actualmente, una mujer es violada o asesinada cada 20 horas en Argentina, y creo que una cifra así me obliga a plantearme ciertas cosas. He llegado a convencerme de que un artista que incluye racismo o violencia en sus películas podría estar promoviendo los comportamientos que precisamente trata de denunciar.