Luis García Berlanga, "anarquista, burgués e independiente" por definición propia y autor de "insuperables obras de arte" por definición ajena, ha muerto en su casa de Madrid esta madrugada a los 89 años, según han confirmado fuentes de la Academia del Cine.

El autor de la inmortal ¡Bienvenido Mister Marshal! (1952) tenía muchas "goteras", que lo habían llevado a una silla de ruedas. La última vez que se dejó ver en público fue el pasado mes de mayo en Madrid, donde inauguró un nuevo cine, bautizado por la SGAE con su nombre: Sala Berlanga. Rodeado de su mujer, hijos y nietos, lo único que el director valenciano pudo decir en aquella ocasión es: "Os quiero". Lo dijo con un hijo de voz y algo abrumado por la cantidad de periodistas y fans que le esperaban en la puerta.

Berlanga, que firmó junto con Rafael Azcona momentos cumbres de la cultura española, siempre había luchado contra la muerte. No la aceptaba. "No existe. No la asumo. Me niego a morir. El que la muerte aparezca en mis películas es una manera de tocar madera", dijo en una ocasión el director de La vaquilla (1985).

Con su fallecimiento, desaparece uno de los grandes del cine español. Recordemos que fue nominado al Óscar por Plácido (1961). Berlanga siempre despotricaba amargamente de que la nominación salió publicada "en dos líneas" en una revista de cine. ¿España no quería a Berlanga? Claro que sí, pero él siempre se quejó de que ser independiente (políticamente hablando) le llevó a no ser especialmente querido ni por la derecha ni por la izquierda.

En eso no se parecía a su amigo Juan Antonio Bardem, un rojeras con quien coincidió en la Escuela de Cine y con quien firmó sus primeros trabajos (en los que, por cierto, hubo cierto duelo de egos). Berlanga estuvo en la División Azul. El director lo hizo, según cuenta en Bienvenido Mister Cagada, un libro de memorias escrito por su amigo Jess Franco, con el objetivo de salvar a su padre (senador republicano) de una muerte segura tras la guerra civil. Al final, su padre no fue fusilado. Pero porque la familia pagó dinero (así funcionaban las cosas). El frío y el hambre (el día que había piel de patata para comer era una fiesta) que Berlanga pasó en Rusia le marcó para toda la vida.