Salía en la tele, a principios de los años 80, con sus zapatos grandes, su cara pintada de blanco y negro y su aullido lobuno, sin hablar una palabra pero mostrándolo todo con el cuerpo y la mirada. Sus padres eran saltimbanquis. Iban de pueblo en pueblo, empujando un carromato en el que cabía toda su vida. Una tarde no pudieron pasar el plato porque su madre se puso de parto. Debutó con ellos cuando tenía dos años y se convirtió en el payaso español más famoso del mundo. Se llamó Josep Andreu i Lassarre, debutó en solitario en 1935 y una vez, un niño de dos años le regaló un chupete para consolarle. Ese niño no paraba de llorar, él se acercó para acariciarlo, el niño se asustó mucho más y Josep Andreu i Lassarre, al que todos conocemos como Charlie Rivel, se fue al centro de la pista y se puso a llorar desconsoladamente. Luego se aproximó al niño de nuevo y, esta vez sí, le tendió el chupete: ahora ese chupete está en un museo.

A Charlie Rivel lo grabó Federico Fellini en I Clowns, junto a otros, como Fanfulla, que debutó también con su madre, Diavolina; o como Annie Fratellini, la cuarta generación de la familia Fratellini, o Liana Orfei. Fellini se preguntaba por qué los payasos habían perdido su popularidad. Por qué ya no eran tan queridos por los niños o por qué daban miedo y los confundían con los catetos del pueblo.

La vida del circo y los feriantes, el nomadismo, siempre nos atraía cuando éramos pequeños: cómo será vivir en una caravana, no ir a clase, no tener reglas (pensábamos). Luego el circo cambió, poco a poco. Lo cambiaron personas como Joan Busquets y Pepa Plana, los hermanos Tonetti, Oleg Popov... todos nombres clásicos, a los que han seguido Bobo Pelo de Escobeta, Fanny Giraud, Caroline Dream, Mooki Cornish, Jango Edwards, Viralata o Tortell Poltrona.

Tortell Poltrona fundó la oenegé Payasos sin Fronteras, que es una de las oenegé que más me gustan. Porque al horror hay que llevarle risa: no es escapismo: es supervivencia psicológica, es no pegarte un tiro a los 13 después de haber visto cómo violan a tu madre. Patch Adams es médico: conoce bien esas historias y, además de ser médico, es el loco que cree que la risa lo cura todo, así que se pone una nariz de payaso en los campos de refugiados y actúa. José Maestro, de A Saco, lo ha hecho también. Y Lolo Fernández.

Lolo Fernández es licenciado en flauta travesera. Es decir, es músico profesional, pero se aburría. Fue de orquesta en orquesta, se fue saliendo del atril poco a poco y llegó al clown. Ha estado en Bosnia y en Jordania con refugiados y también en muchos países del mundo, como protagonista del espectáculo Conteo, del Circo del Sol. Nunca los he visto en sala, pero sí en la calle, en su casa, además, en Quebec. Y allí aprendí cómo se ocupa enteramente una ciudad, con todo organizadísimo, para que el público pueda ver un espectáculo de calle con cientos de personas. Con ellos, ha dicho Lolo Fernández, aprendió que en la vida pueden pasar mil cosas y puedes ir a cualquier sitio. Ser clown le sirve para estar «muy presente con la gente, conmigo mismo y con lo que pasa en el instante».

Sabe que hacer reír y que sorprender es muy difícil. Estamos más prestos para el llanto que para la risa, sobre todo cuando crecemos: un niño ríe mucho más y por todo. Qué nos pasa para que luego nos tomemos tan en serio es algo que jamás descubriré.

La risa también sirve para que los niños aprendan música. Lolo Fernández ha ideado un concierto para los más pequeños: no conocemos el programa. Solo sabemos que quiere hacer de atrilero (va a tomar el lugar, simbólicamente, de Antonio Estepa y José Manuel Lara, que son los asistentes de la Orquesta de Extremadura: nunca aparecen por ninguna parte pero, quienes les conocemos, quienes sabemos cómo trabajan, no imaginamos la formación sin Antonio y Manu). Lolo quiere prepararlo todo bien, pero es torpe, como solo los payasos saben ser torpes. Y se lía, pobrecillo. Y se va a liar aún más en el debut de Jaume Blai Santonja como director de la Orquesta: los hay valientes y aguerridos, desde luego.

El reto del concierto es no hacer lo que hacen todos los conciertos para niños, que es explicar la música. Aquí se trata de reírla y de sentirla. Aunque el atrilero no sepa colocar un atril ni dónde está la batuta ni en qué archivo las partituras.

Charlie Rivel contaba que, en una de sus últimas actuaciones en Madrid, había ido a verle la intelectualidad de la época y que a él eso le decepcionó muchísimo porque pretendía que fuera a verle el pueblo llano. Este es un concierto para niños: verlo con ojos de adulto (sobre todo ese adulto al que le gusta un buen espectáculo de payasos) es maravilloso, pero con ojos de niño se produce la magia. Vayan con niños. No intenten explicarles nada: solo es risa. Nada más y nada menos.

Concierto para clown y orquesta. Lolo Fernández y la Orquesta de Extremadura. Viernes, 7 de abril, 20.00 horas en el Palacio de Congresos Manuel Rojas (Badajoz) y sábado, 8 de abril, 20.30 horas en el Gran Teatro (Cáceres).