La razón y la palabra a veces no son suficientes. Las guerras se acaban con negociaciones, muchas veces injustas, en las que no se consulta a la población nunca y en las que, por ejemplo, se divide una ciudad entera con un muro, se anexionan territorios, se quita y pone a dictadores. Siempre mueren los mismos. Las madres, dice Paca Velardiez, cubren de cenizas sus cabezas. A sus hijos, que han muerto, se los comió la tierra.

Somos la carne derribada y el olvido de los pueblos. Así habla el coro de Viriato de los muertos. La paz exige un ejercicio de desmemoria digno de un Dios. Lo vimos en España, con la última de las guerras civiles. Viriato lleva casi diez años de lucha. Sobrevivió a la encerrona de Galba. El cónsul les prometió tierras fértiles después de haberlos masacrado: acudieron unos 30.000 lusitanos y se los cargó a casi todos. Viriato escapó. Era un pastor, por lo visto (no se sabe mucho de él) y se convirtió en bandolero y en general: le siguieron muchos de los pueblos de esa Lusitania romana que se disputa su lugar de nacimiento: entre esa cuarentena de localidades que pudieron haber visto nacer a Viriato (es un apodo: también desconocemos su nombre) se encuentra la extremeña Guijo de Santa Bárbara: pero este aspecto, posiblemente, no lo sabremos nunca.

La batalla de hoy ha concluido. Miles de cadáveres han quedado por el campo de batalla. Viriato ha vencido a Fabio Maximo Serviliano, enviado por Roma para aniquilar a nuestro pueblo. Pero hoy es día de victoria. Tienen en su poder a Cepión, que luego comprará a los secuaces de Viriato para que le maten. Todos quieren su sangre: todos, menos Viriato, que desea negociar con Roma, porque está harto de la guerra. El tiempo de la sangre ha concluido, le dice a sus hombres: es tiempo de vencer a Roma con algo más afilado que el mismísimo acero: la razón y la palabra.

Pobre hombre.

«Recobraron ánimo los lusitanos gracias a Viriato, hombre de gran habilidad, que de pastor se hizo bandolero, de bandolero se convirtió súbitamente en militar y general, y de no abandonarle la suerte hubiera sido el Rómulo de España». Eso escribió de él el historiador hispanorromano Lucio Anneo Floro. El año 147 a.C. Viriato fue designado general en jefe. Según Apiano, era «amante de la guerra y un señor de la guerra». Derrotó a todos los gobernadores de Roma. Pero quiso pactar con el Imperio y eso fue su ruina.

Una obra nueva

Con esto, Verbo Producciones ha creado una obra nueva. Lo que para los historiadores es un horror, para los dramaturgos es un tesoro, decía Florián Recio (el escritor extremeño es el autor del texto), porque les permite inventar. Así, ha planteado un personaje que es una mujer que es la madre de todos los muertos en todas las guerras del mundo: en las que ocurren ahora mismo también. También el Corifeo hace las veces de enlace entre el público de hoy, el de 2017, y quienes luchaban un siglo y medio antes de Cristo. Aquí están todos: Audax y Minuros, los traidores, pero también Olíndico, un celtíbero también mítico, como Viriato, del que solo se sabe la leyenda: que acudía a la batalla con una lanza de plata que le habían dado los dioses. Le interpreta Pedro Montero: qué voz más subyugante tiene Pedro Montero. Qué fuerza.

Porque aquí, sépanlo, vamos a ver mucha testosterona. Ya lo decía Ana García, que interpreta a la mujer de Viriato, Tóngina, «Los personajes femeninos suelen servir para dar réplica, para escuchar… pero al final, donde se profundiza es en lo que se quiere contar de ellos. Esos personajes tienen dentro de sí esa humildad: de ser pero no poder ser. Son algo, son alguien, pero no lo pueden contar. No es su obra».

Y, sin embargo, Tóngina aquí sí dice: se le da la oportunidad de decir un poco. Para el año que viene, una idea: más obras de nueva creación sobre esas mujeres a las que se adivina, de las que se sabe poco, como de Viriato, o quizá menos. En las páginas de historia de internet ella aparece como Tangina, en portugués: su padre era Astolpas, muy rico: Viriato, se cuenta, desdeñó su vajilla de oro y plata, repartió la comida del banquete de pedida entre los suyos, cogió a Tóngina, la subió a un caballo y se la llevó.

Tóngina va a decir y no va a decir, pero quienes dicen son los hombres. Hasta Cepión, quien pronunciara la frase (que quizá sea mítica) «Roma traditoribus non praemiat», «Roma no paga a traidores». Mataron a Viriato mientras dormía. ¿Qué pasó en medio? ¿Cuáles fueron las dudas de sus soldados? Eso es lo que se nos cuenta aquí. Y también la sinrazón del comportamiento humano, que no sabe usar la política, ni la palabra, ni la inteligencia para solucionar conflictos y así lleva por los siglos de los siglos.

Ellos dirán, pero el coro construye. No les vamos a decir más. Solo que hay troncos y que, con esos troncos, los alumnos de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura (tiene su sede en Cáceres), hacen milagros. La escenografía del teatro romano ya es suficiente, pero estén atentos a lo que crean con la música de los miembros de La Octava, que nunca, como las interpretaciones de los actores, es igual en cada obra.