A las cinco y media de la mañana de ayer, en Nueva York, Patricia, la esposa de Mario Vargas Llosa, le acercó el teléfono. El escritor releía El reino de este mundo de Alejo Carpentier para preparar una clase como profesor invitado este semestre en Princeton. Interrumpió la lectura, "angustiado porque las noticias que llegan al amanecer suelen ser malas", y oyó a alguien que se identificó como secretario general de la Academia sueca. Luego la llamada se cortó y lo primero que le vino a la mente fue Alberto Moravia, al que una vez alguien telefoneó para decirle que había ganado el Nobel en una broma pesada. Llosa decidió: "Mejor no llamemos a los hijos aún".

Instantes después llegó una segunda llamada y todo cambió. Era, realmente, el secretario general y le comunicaba que, 14 minutos más tarde, se anunciaría al mundo que él, una de las grandes voces de la literatura (sin adjetivos ni etiquetas y con mayúscula), era el Premio Nobel del 2010. Vargas Llosa devolvía las letras en español a un cielo que tocaron por última vez hace 20 años.

RUEDA DE PRENSA "Aún no acabo de creérmelo", decía siete horas más tarde en una rueda de prensa multitudinaria y políglota en el Instituto Cervantes de Nueva York. "No creí que era ya candidato. Hace muchos años que estaba seguro que había sido apartado".

Nada, salvo la rutina de la vida diaria, sobre todo estos días, va a cambiar. No su estilo --"sale de un lugar demasiado íntimo"--. No que se busque en su palabra y sus textos la literatura y las opiniones políticas --"soy escritor pero también ciudadano. Tener ideas políticas es obligación moral de todos. Es inevitable que la literatura aborde la política"--. Y tampoco su compromiso con la escritura. "Escribiré hasta el último día de mi vida", proclamaba alguien cuya "esperanza es que las nuevas tecnologías no signifiquen la banalización del contenido".

Quiso dar las gracias a su primer editor, el catalán Carlos Barral, "que luchó por abrir España a literatura, ideas y formas modernas". A su agente, Carmen Balcells, "auténtica heroína popular". A los lectores. Y de manera especial a España. "Se lo debo --explicaba--. Es el país que me ha ayudado a convertirme en escritor".

Alguien echó de menos su Perú natal, pero Vargas Llosa le cortó. "El Perú soy yo", sentenció. "Lo que hago, lo que digo, lo que escribo, expresa el país en que he nacido, donde viví las experiencias fundamentales que marcan una vida".

Quiso ver el premio como algo más que un reconocimiento a su obra. "Reconoce --dijo-- la maravillosa lengua española, una de las más dinámicas, enérgicas, creativas y conciliadoras".

También, como reconocimiento de la literatura latinoamericana, "que ha abierto puertas cerradas antes y ha logrado ser reconocida poco a poco. Ha cambiado la idea esterotipada de Latinoamérica, que parecía ser solo tierra de dictadores y revolucionarios, pero ha demostrado que puede producir pensadores, artistas, novelistas". Habló más, mucho más, de política. Pero insistió en que él, Mario Vargas Llosa, es sobre todo escritor. Y citó entonces a Flaubert. "Es escribir mi manera de vivir" Una vida con premio.