El Festival de Cannes no le tiene una simpatía especial a su compatriota Bertrand Tavernier. Con casi 70 años y unas 25 películas a sus espaldas, hasta este año el cineasta solo había sido seleccionado tres veces para competir aquí. Es raro. En la Berlinale, por ejemplo, ha competido seis veces. Sabiendo esto, no ha lugar usar frases del tipo "Si no fuera porque es de Tavernier..." para explicar que su nueva película, La princesse de Montpensier , fuera presentada ayer a concurso. Desde luego, visto lo visto, no se justifica por méritos artísticos. Algo tendrá que ver el tamaño de su diseño de producción --grandes decorados, muchos corsés, muchos extras, mucho caballo... el cine de época es lo que tiene--, pero incluso en ese aspecto la película palidece si se compara con, por ejemplo, con La reina Margot , que también fue presentada en Cannes y fue premiada. Esa sí es una buena.

De hecho, aquella cinta y esta se sitúan en el mismo contexto: la matanza de San Bartolomé, el asesinato de protestantes hugonotes a manos de los católicos papistas durante las guerras de religión de Francia durante siglo XVI. El mismísimo D.H. Griffith ya habló de ella en Intolerancia (1914). Tavernier usa la matanza como vehículo para una historia de pasión, celos, ambición, traiciones y venganza, la de una joven cortesana obligada a renunciar al hombre que ama para casarse por motivos políticos.

Al leer el relato corto original de Madame de Lafayette, Tavernier se sintió atraído por la joven protagonista, punto de referencia de nada menos que un quinteto amoroso. "Tenía ganas de defenderla y entenderla. Cuando rodábamos el filme estaba un poco horrorizado por la forma en la que trataban a las mujeres en esa época", explicó ayer ante la prensa. Si concibió La princesse de Montpensier a modo de crítica del machismo imperante en esa sociedad, no se entiende muy bien que se apropie de la moralista visión de Lafayette, que puede leerse como una forma de disuadir a las mujeres de caer en la seductora pero peligrosa noción de amor romántico, entonces novedosa.

Y es que, pese a que insistiera en la modernidad de su mirada, en la vigencia de su mensaje, la película despide un espeso tufo a naftalina o, peor, a muerto, porque en realidad su relato también parece empantanado, no avanza.