Es sabido que Tito Andrónico es la obra sobre el mundo y héroes romanos donde un joven Shakespeare, llevado por su gran imaginación y las modas del momento, se inicia ya en el planteamiento de sus grandes temas: el sufrimiento humano, la pasión incontrolada, la oposición bien/mal, justicia/clemencia, orden/caos.

El interesante texto, en verso, caricaturesco e inhumano pero típico del gusto isabelino bajo la influencia de Séneca y Ovidio, recoge la atmósfera claustrofóbica, el ansia de venganza, los horrores y la crueldad de una guerra de familias por controlar el poder --provocada por el virtuoso general romano Tito Andrónico--. Pero, a la caracterización en general, le falta profundidad y sutilidad y el lenguaje se resiente de una excesiva retórica debida, quizá, al influjo de dos grandes autores de la época: Kyd y Marlowe.

Animalario, la compañía más laureada de la última generación, ha debutado en el Festival con un Tito Andrónico bastante fiel al denso texto del autor inglés, traducido expertamente por Salvador Oliva, que sólo con retoques --que tienen como punto de referencia la acción teatral del montaje, propuesto como denuncia de una violencia social de la historia que sigue vigente-- consigue perfectamente que la obra clásica sea legible en el lenguaje artístico actual, conservando su resplandor poético.

El espectáculo de casi tres horas, en montaje intemporal de Andrés Lima, está bien contado. Destaca tanto por la claridad expresiva y dominio del verso, templando las complejas escenas que con su carga de horrores se suceden sin dejar respiro al espectador, como por la depurada ambientación catártica y el riguroso sentido de la composición escénica: de vestuarios modernos y antiguos, utillería real o sugerida, luces ajustadas, música en directo (de trompeta y violonchelo), sonido preciso y desdoblamientos de los actores que se mezclan y acumulan dentro de un atractivo dispositivo escénico giratorio que permite todo un juego simbólico de desbordante vitalidad dramática, lírica y plástica. Este dispositivo escenográfico --de Beatriz San Juan--, que conjuga fastuosamente con las ruinas del monumento romano al fondo, se presta para ilustrar con hálito creador sobre el concepto del carácter circular de tragedias en la que los personajes giran en torno a sus conflictos.

Sin embargo, la representación que, generalmente, discurre con un determinado tono de tragedia --donde se identifica lo más profundo y válido del mensaje shakespeariano-- no consigue en todas las escenas el ritmo y la intensidad, gradual y evolutiva, del clímax. Tal vez, por esa razón hubo en la función momentos que pesan, algunos motivados por ciertas pausas en el rol de algunos actores, faltos de una comunicación gestual más perceptible para los grandes espacios de público.

La interpretación resultó efectiva en su conjunto, en su valoración global. El grupo de actores de Animalario, que gozan de gran solvencia escénica, logran sintetizar lo mejor de sus gestos, movimientos y declamación. Acaso, individualmente, se pueden apreciar algunas fisuras y altibajos en la función. Tal es el caso de Natalie Pozas (Tamora), que no domina los resortes --de los traicioneros micros-- para una buena vocalización e intensidad de la voz, máxime en los momentos álgidos. Y, sobre todo, de Alberto San Juan (Tito Andrónico) que borda las escenas de la locura, pero tiene contradicciones en la caracterización física de su personaje, poco creíble, y en la entonación monocorde de su voz (otro actor más, galardonado en teatro y cine, que artísticamente se estrella casi de bruces en el espacio del teatro romano).