La 54 edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida se abrió anoche con una de las versiones más espectaculares de Las Troyanas . Tenían razón sus mentores cuando calificaban esta revisión modernista de Eurípides "como contundente, importante y llena de luz". Llena de luz por la palabra; por el recorrido decadente de su mensaje en el escenario; por la importante y escenográfica coreografía de sus actuantes y de su atrezzo, por su rigor, su escalofrío y desgarro.

Con una puesta en escena y vestuarios dignos de acercase a un escenario como el emeritense, Las Troyanas sobrecoge desde el minuto uno en el que el espectador pisa la grada.

Cada detalle que el teatro al completo vio ayer noche merecen ser vistos por uno mismo. La fuerza de la representación descoloca nada más dar comienzo, y muestra de ello son las actuaciones de Carles Canut y Angel Pavlovsky, las deidades Poseidón y Palas Atenea, respectivamente, y rivales ambos.

La muralla de Troya centra la representación a modo de puerta, por la que nace el mal y se abre hacia un oscuro horizonte del mar de una playa, situada físicamente en la orchestra del Teatro Romano. Allí con olor a pólvora, es donde comienza el drama del coro de féminas --que cantan en directo-- y cautivas troyanas, y se lanzan mensajes de desespero y lucha contra la muerte y la pérdida sin sentido, contra la guerra y la esclavitud femenina de los hombres.

Pero es sin duda Hécuba, el personaje encarnado por Gloria Muñoz, quien inspira la tragedia; la reina de la troyanas y madre, la reina de las actuaciones, la reina de las desgracias y derrotas en el último día de un conflicto resuelto a favor de los griegos, enemigos de todas ellas.

Una nueva idea y sabia imagen de Mario Gas sobre los problemas de hoy que persisten desde antaño; ayer, hoy y siempre, y presentada a través de un drama euripidiano que invade de luz y sonido el escenario romano.

La historia atrapa porque la tragedia se descifra por sí misma. Una desgarradora historia que toma presa del delirio a la escalofriante Casandra --Anna Ycolbazeta-- y deshace en lágrimas a esta hija de Hécuba en uno de los momentos más fascinantes del cuento.

El dolor desbocado de su hermana Andrómaca, Mía Esteve, perseguida por la batalla hasta dar con la muerte de su hijo Astianacte (el niño Luis Jiménez), nieto de Hécuba y también Helena, la actriz Clara Sanchis, traidora y provocadora, pero también botín sufridor de guerra y mujer desgraciada, son los espacios más conmovedores de esta versión del clásico.

Una obra coral en la que los soldados figuran malos en el combate. La figura de Taltibio, encarnada por Ricardo Moya, como camarero de injusticias y escoltado por sus ocho heraldos griegos --figurantes emeritenses--, sirve una a una a Hécuba las noticias de sus jefes del ejército aqueo. Con una vestimenta propia de cintas futuristas, descifran el destino de las hijas de ésta acrecentando el dolor y la intensidad a casa paso.

Las Troyanas también cuenta con la presencia de Menelao, el traicionado marido de Helena, encarnado por Antonio Valero. Una de las caras más reconocidas por sus apariciones televisivas, que con grandes dotes de escenario, depende de Hécuba para decidir el futuro de la mujer que le ha herido.

Al final, y con el hedor símbolo de la sangre --la pólvora--, la reina madre se despide ante el infortunado cadáver de su nieto y se mezcla al cabo de la obra con el estrépito de los edificios de Troya que se derrumban sin remedio consumidos por las llamas.

Durante una hora y cincuenta minutos, el Teatro Romano vio lleno de luz, olor, músicas y sentimiento un espectáculo sorprendente en el que, los conocedores de él, saben que para disfrutarlo hay que llevar una pañoleta o chambergo, y así reflexionar, mediante un montaje moderno, sobre la más triste de las realidades de la existencia: la guerra.