Es uno de los diálogos más famosos de The Blues Brothers: «estamos en una misión de Dios». La oigo tocar La muerte y la doncella, de Schubert, las sinfonías de Schumann, a Holliger, a von Biber, a Stravinsky y Prokofiev. Tiene 40 años y es una violinista clásica y bastante heterodoxa, que ha tocado con las filarmónicas de Londres, de Berlín y de Viena. Ahora está en Badajoz.

A Javier González Pereira, que es el presidente de la Sociedad Filarmónica pacense, le escribieron, muchos músicos, y le mandaron whatsapps y le llamaron. ¿Es verdad que viene Kopatchinskaja?

Y esta es mi misión de Dios. Que vayan a ver a esta mujer.

Realmente, la misión de un periodista cultural es descubrir, a los lectores o los oyentes, a otra gente más alejada de los circuitos, más marginal, periférica, no tan transitada. Pero el día no nos da para tanto libro, tanta serie, tanta obra teatral y tanto museo. Hay algunas disciplinas, sin embargo, que a los legos les asustan: la música clásica, el cómic y el arte contemporáneo.

Les voy a decir un secreto. No entiendo de ninguna de las tres. No sé nombrar periodos musicales, ni relacionar compositores ni sinfonías y, desde luego, no sé distinguir qué orquesta está sonando (y créanme: hay quien lo sabe. Sin mirar la carátula del disco). De hecho, ni siquiera conocía a Kopatchinskaja y ahora no paro de escucharla. Tampoco sé establecer relaciones entre autores de cómic, por mucho que lleve leyéndolos 38 años, y me pierdo con el net-art como no se pueden imaginar ustedes. Pero eso no me impide ir a un concierto, desear que traduzcan de una vez al español el último libro de Emmanuel Gibert o disfrutar con Brian Mackern o Daniel G. Andújar (y entrevistarles, además: a alguno, varias veces). Cuanto más se escucha, más se lee o más se ve, más se define el gusto propio, que al final es el que importa.

Lo malo del periodismo cultural es que siempre hablas con gente que sabe muchísimo más que tú. De cualquier cosa, porque no es posible conocerlo todo: el tiempo es finito: leemos contra el tiempo, vemos exposiciones contra el tiempo, vivimos contra el tiempo, en definitiva. Lo bueno es que esa gente te descubre a otra gente. Como a esta señora, que viene de madre violinista y un padre que tocaba el címbalo y que cogió su primer instrumento con seis años. Ahora toca un Pressenda. Giovanni Francesco Pressenda iba para granjero, pero se convirtió en uno de los mejores luthiers de la historia hace un par de siglos. Su violín se construyó en 1834, varias décadas antes de que el mundo viera nacer a un finlandés que, siglos después, le dio su apellido a un software de edición de partituras: se llamó Jean Sibelius y perdió la inspiración durante los últimos 30 años de su vida. Como les pasó a tantos, su Concierto para violín y orquesta fue un fracaso rotundo en su estreno. Ahora lo ha grabado todo el mundo, desde Anne Sophie Mutter a Itzhak Perlman o Salvatore Accardo, por nombrar a los más conocidos. Luego, la orquesta tocará la Sinfonía número 3 de Brahms, que es de las cosas más dulces que se han compuesto jamás.

Este concierto se lo debemos a la Sociedad Filarmónica que ahora comanda Javier González Pereira. Hoy comienza el XXXIV Festival Ibérico de Música de Badajoz, en el que hasta el mes que viene, se van a suceder varios conciertos de primeras veces. Es la primera vez que podremos ver a Kopatchinskaja (vayan, porque quién sabe si será la última). Viene la Joven Orquesta Nacional de España, tras 22 años sin pisar Extremadura y tocará la Novena Sinfonía de Mahler, que también es la primera vez que se va a poder escuchar en nuestra tierra (queda por ver si caben holgadamente más de 100 músicos en el palacio de congresos). Va a haber un ballet, también por vez primera, Castor y Pollux, los hijos gemelos de Zeus y Leda, con música de Santiago Lanchares. La música sí se ha estrenado: el ballet, que es para lo que se compuso, nunca.

Y viene el Ensemble Bonne Corde, desde Portugal, que hace música antigua con instrumentos originales y que presentará Los cuartetos de cuerdas de Almeida Mota para Carlos IV, porque resulta que el infante don Carlos también tocaba. Además, celebran los primeros 150 años de la Banda Municipal de Música de Badajoz y, para los niños, habrá música de Francis Poulenc. La compuso porque su sobrina Sophie pensaba que lo que hacía su tío era raro y feo y le puso en el atril lo que estaba leyendo en ese momento, La historia de Babar, el elefante que crearon Jean y Cécile de Brunhoff y que se ha hecho tan famoso: un elefante que huye de los cazadores, llega a la civilización y se viste como los hombres.

Iniciativas como esta son una suerte tremenda en una ciudad alejada de los grandes circuitos musicales y en la que, como pasa en muchas otras, a menudo la gente se queja de que nunca hay nada.

Patricia Kopatchinskaja con la Orquesta de Extremadura. Viernes, 19 de mayo. 20.30 horas Palacio de Congresos Manuel Rojas, en Badajoz.

‘Castor & Pollux’. Conservatorio Superior de Danza de Valencia. Sábado, 20 de mayo. 20.30 horas. Teatro López de Ayala (Badajoz).