Tras realizar Toy story 3, el cineasta Lee Unkrich empezó a buscar en sus cajones (y en su cerebro) nuevas ideas para otra película. En uno de sus papeles encontró una frase: «Día de los Muertos (México)». Siete años después, esa frase se ha convertido en Coco, un prodigio con el que Disney-Pixar quiere demostrar que sus creativos tienen imaginación para rato y que no solo se dedican a explotar franquicias. Coco, que ha reventado la taquilla mexicana, se estrena hoy en España con todas las papeletas para convertirse en la película de esta Navidad. Una historia llena de imaginación, emoción, color, buenos sentimientos, muertos que no dan miedo y familias donde reina el amor. Tiene mérito que, en pleno mandato de Donald Trump, venga un estudio americano a decir «¡viva México!».

Coco es una estupenda tarjeta de visita del país latinoamericano. El espectador se levanta de la butaca pensando en lo maravilloso que sería visitarlo. Y hacerlo, por supuesto, el 1 de noviembre, día en el que mientras España se viste de luto y llora en los cementerios, México celebra la vida. Coco hace un viaje a ese Día de los Muertos, donde varias generaciones de una misma familia se reúnen y recuerdan a sus seres queridos fallecidos con flores, comida, música, altares y fotografías.

Coco está protagonizada por Miguel, un simpático chaval de 12 años que ama la guitarra por encima de todo y que lucha contra la terrible tradición que prohíbe la música en su familia, volcada en el negocio de los zapatos desde que el patriarca, un reputado cantante, traicionó valores sagrados y abandonó a su mujer y a su hija para convertirse en una estrella de los escenarios.

La bisabuela de Miguel se llama Coco, está perdiendo la memoria y su rostro está plagado de arrugas (tantas que no parece un personaje animado, sino real). Miguel, un chorro de vitalidad, acaba sufriendo una especie de accidente mágico por el que llega a la Tierra de los Muertos. Allí deberá demostrar a su familia que el amor por los suyos no es incompatible con la devoción por la música. El chaval solo quiere conseguir un sueño. Y luchará a muerte por él.

VARIOS VIAJES / Durante tres años, Unkrich y la productora del filme, Darla Anderson, viajaron a México para impregnarse del país. «Visitamos museos, mercados, plazas, talleres, iglesias, teatros y cementerios. Pasamos mucho tiempo con familias encantadoras en Tlacolula y San Marcos Tlapazola… Nos recibieron en sus hogares y nos enseñaron la comida que hacen, la música que escuchan y las tradiciones que preservan», explican el director y la productora.

«Fuimos testigos de la importancia que conceden a la familia. Esta historia homenajea a nuestro pasado, incluso cuando miramos al futuro», remarca el director. Coco pone el foco en la familia, un mensaje universal. Nos llevemos mejor o peor, todos tenemos una. «En tiempos oscuros, es bueno recordar el calor del hogar», añade la productora.

Además de un monumento a la familia, Coco es una película que cumple con los mandamientos de Pixar. Es visualmente espectacular, divertida, emocionante y especial. La complicación vino por su envergadura. Los mundos que se recrean no se habían hecho nunca antes. Es la primera vez que el estudio anima esqueletos. Esqueletos que, además, tenían la obligación de no dar miedo. Recordemos que la factoría Pixar trabaja para todos los públicos, aunque el foco está en los niños. «Para nosotros era muy importante poner el acento en la celebración de la vida, por eso el guion resalta las cosas bonitas, la música, la comida y los juegos. Por eso los esqueletos son divertidos, se rompen y se recomponen en cuestión de segundos», explican los responsables de la película.

Uno se imagina Pixar como un estudio donde miles de genios paren criaturas inolvidables con sus ordenadores. Una de las guitarras recicladas que aparecen en Coco no han salido de ahí sino de la imaginación de Max, hijo de Unkrich. «Sabía que mi hijo, de 10 años, era el mejor para recrear esa guitarra. Él estaba nervioso,ero yo le dije que lo hiciera lo mejor posible y que luego los ordenadores se encargarían del resto del trabajo», sonríe el director.