¿Quién será el director de la ceremonia de Londres 2012? Pobre hombre. A estas horas, los candidatos deben andar ocultándose bajo los puentes del Támesis para evitar ser designados porque ¿cómo se puede igualar el desbordante río creativo de Pekín 2008? ¿Qué occidental se atreverá a desafiar en cuatro años la deslumbrante maravilla china? Y otra duda más: ¿se retiró Spielberg por higiene democrática o porque comprendió que no alcanzaría el nivel creativo de esta obra de arte que ha inaugurado los Juegos pequineses?

Lo imprescindible de una ceremonia olímpica es que te deje boquiabierto: sin palabras y con los ojos inundados de imágenes fungibles. Imágenes que no volverán, pero que nos quedan grabadas a fuego. Obra de arte perecedera y por ello irrepetible. Pekín ha sido la madre de todas las ceremonias, culminación del rigor moscovita, la masificación coreana, la calidez barcelonesa, la naturalidad aborigen y la luz ateniense. Padre y madre de casi todos los grandes inventos humanos, China ha embotellado sin palabras la esencia de la belleza.

Y a continuación, los organizadores se han tomado un putao jin, el vino local con que celebran los grandes acontecimientos. Porque eso es lo que ha ocurrido: para ellos se acabaron los problemas graves. Siempre sucede así en los Juegos. Cuando concluye la inauguración y empieza el deporte se acabaron los problemas del organizador.

Todo eso terminó en Pekín en cuanto Li Ning voló sobre el nido del cuco y avivó el fuego. En ese instante respiraron los organizadores, como hicimos nosotros en Barcelona cuando Rebollo lanzó la flecha. Se enciende el pebetero y todos los focos se desvían hacia el deporte. Ya no habrá sitio para nada más, salvo un podio reivindicativo o un atentado despreciable. Abróchense los cinturones.