Parafraseando a Antonio Machado, «mi infancia son recuerdos»... de la Ciudad Deportiva, allí donde jugaba cada dos domingos el Cacereño, y allí donde iba acompañado, en una liturgia tantas veces repetida, de mi padre, como tantos niños de aquellos años setenta que fuimos adoctrinados en el verde de aquel club siempre imprevisible, eternamente caótico.

Atravesábamos El Rodeo y aún están en mi archivo mental la cantidad de gente que coincidíamos en ese parque no menos cacereño. No exagero: cientos y cientos de personas bajaban por ese espacio, allí donde también muchos nos aficionamos al fútbol improvisando campos. El Rodeo tenía varios terrenos de juego disponibles. Cuento al menos seis. ¿Que estaban cuesta arriba o cuesta abajo, según nos colocáramos? Pues sí, pero es que en Cáceres siempre hemos adolecido de recintos futbolísticos. Desde tiempos inmemoriales. Digamos que similar a lo del tren digno que reclamamos, ya seriamente, para Extremadura.

La Ciudad Deportiva tenía más gradas que en la actualidad. Ahora solamente hay en tribuna, a no ser que se pongan supletorias, como ayer. Había fondos, y qué fondos. Había marcador, un marcador ‘simultáneo’ con otros partidos de otras categorías. El hombre que lo cambiaba, ay, merecería un monumento.

Estaban Tomás Pérez y Paco Mangut, pero también Carlos Tejado, Manolo Fernández o Martín Rojo contando las desventuras de aquel Cacereño que lo mismo subía que bajaba desde la Tercera, cuando la Tercera era una señora Tercera en cuanto a nivel.

Ayer el Cacereño volvía a jugar ahí ante el Dioce, en el derbi local. Mejor escenario imposible para un nostálgico catovi como yo, pero estoy seguro que para tantos que pensamos que jamás se debió cambiar de casa, que allí se estaba de puro lujo. En fin (snif).