El derbi extremeño-cacereño de la Liga LEB tuvo lo que suelen tener los partidos de rivalidad: pasión, alternativas, algún que otro mal modo y polémica. Apelando al tópico, no sería un derbi al uso si no se unieran una serie de claves que los identifican.

Lo mejor, sin duda, fue la pasión que se vivió en la grada, con dos aficiones que sintieron el encuentro con la intensidad que requiere. También en la pista hubo nervios, con un partido abierto en el que todo pudo pasar, con un Plasencia que tuvo el triunfo en su mano y que, polémica arbitral al margen, perdió él mismo, más que ganarlo el Cáceres.

Lo peor de todo fue el enfrentamiento dialéctico que mantuvieron, casi al final, los dos entrenadores, Dani García y Ñete Bohigas. No sé qué pasaría exactamente, pero no es bueno que en un derbi totalmente deportivo sean los propios protagonistas del espectáculo los que se enfanguen en discusiones, porque ello puede dar pie a la violencia fuera de la pista.

Deportivamente, me quedo con la pareja de bases placentina, Gianella y Sala, dos jugadores impresionantes, especialmente el primero, que llegará sin duda a la ACB. Por el Cáceres, está claro que la magia la puso Washington, aunque Higgins no le fue a la zaga con su trabajo sucio.

Merece también destacarse, sin duda, el minuto de silencio que se guardó por las muertes de Juanjo Alonso y Tato, dos hombres muy ligados al deporte a quienes se recordó como tales.

En fin, que derbis como el de ayer fomentan la rivalidad bien entendida, todo muy por encima de provincianismos y de quítame allá esa decisión arbitral errónea o acertada, ya que la pareja fue mala para los dos, aunque en el tramo final lo pudo ser más para el Plasencia. De todas formas, hay que subrayar lo fundamental: dramatizar en el deporte es malo, muy malo, para quien lo hace: se va cabreado para casa y luego, encima, duerme mal.