Los jugadores del Mérida demostraron ayer que, muy por encima de deportistas, son personas. Su partido ante el Cacereño no fue bueno, pero sí lo dieron todo, como si nada pasase. Ya sé que el hecho de que lo tengan especialmente difícil para cobrar su sueldo no es un caso único, que hay múltiples antecedentes y que en el futuro se seguirán dando casos de impagos a deportistas. Como clubs o como sociedades anónimas, la realidad sigue siendo la de siempre.

Como también ha sucedido con los del Cáceres hasta que han podido percibir el dinero correspondiente a octubre, los emeritenses no han abierto aún la boca ni se han planteado ejercer medida de presión alguna ante una situación que pinta muy negra.

Es lógico que los jugadores se planteen incluso marcharse en poco tiempo. De hecho sus agentes ya trabajan en buscarles un nuevo acomodo, que para eso son profesionales y tienen que buscarse la vida.

La solución para el Mérida --y para el Cáceres, y para el Extremadura, y para muchos más-- está complicada y la amenaza de los impagos podría seguir latente en el futuro, pero no hay que perder la esperanza. El hecho de que en ejercicios anteriores se haya perdido la cabeza no debe ser una losa que no pueda levantarse. Comportamientos profesionales como los de estos jugadores les acreditan como personas, insisto, pero la paciencia tiene un límite.