Al entrar en el vestuario del Vicente Calderón, se hizo un silencio interminable. El Barça había ganado un partido, pero todos estaban mirando a Messi, al compañero caído que lloraba desconsoladamente. Como el médico Ricard Pruna. Leo lloraba de miedo, temiéndose lo peor, creyendo que su tobillo derecho no había resistido.

Todos callaban, pendientes del diagnóstico de Pruna, un doctor que no suele fallar. El silencio contrastaba con las lágrimas de miedo, ocultas entre sus manos. "Estábamos todos acojonados", explicó uno de los que vivió esa escena.

Después de unos minutos de tensión, Pruna comunicó que no existía lesión ósea. De repente, una sensación de alivio se extendió por el vestuario e inmediatamente se propagó entre el barcelonismo llegando, por supuesto, hasta Argentina, su país. Guardiola, entretanto, difundía su ira, controlada, eso sí, porque no dijo todo lo que piensa, y Leo Messi salía del estadio con muletas, camino de Barcelona.

Ujfalusi intentó disculparse en el mismo vestuario, pero le recomendaron que no entrara. "No, mejor que no. Está caliente, muy caliente", le dijeron. Ayer, el defensa del Atlético recurrió al móvil del Kün Agüero. "Lo siento, no fue mi intención, fue mala suerte. Es feo hacer daño a cualquier jugador y no es mi estilo", dijo.