Ya se lo creyó. Hoy ya no deberá volver a sufrir. Lo de ayer casi debió parecerle un sueño, rodeado por su esposa y sus tres hijos. Seguro que hasta que no se puso la mano en el pecho para escuchar el himno estadounidense, Lance Armstrong debió temer un último contratiempo en el Tour, el quinto, el que más le ha costado ganar. Pero, no. No hubo más penurias. Hasta dejó de llover y salió el sol cuando el pelotón de la ronda francesa del centenario acompañó al tejano en su entrada a los Campos Elíseos, más históricos y más nostálgicos que nunca. Miguel Induráin, Bernard Hinault y Eddy Merckx arroparon al nuevo pentacampeón en su coronación en París.

RECUERDOS

Fue una tarde cargada de nostalgia, porque la organización quiso dar un carácter especial a la conclusión del Tour del centenario. Reunió a todos los ganadores en vida, como había hecho en octubre pasado en la presentación solemne de la prueba. Sólo faltaron Greg Lemond y Marco Pantani. Los demás, con alguna excepción, tenían la misma cara, aunque con más arrugas, con algún kilo de más y con el cabello gris o blanco. Fueron un total de veinte. Entre ellos, Federico Bahamontes y Pedro Delgado. Los que no estaban, los que se fueron, como Jacques Anquetil, el primer pentacampeón, o Luis Ocaña, el segundo español en triunfar en París, debieron seguir la fiesta desde alguna parte.

Armstrong entró ayer en el selecto club de los pentacampeones. Induráin, Merckx e Hinault subieron al podio para estrecharle la mano, para que se creyera que por fin había derrotado a Ullrich, a Vinokurov, a Hamilton, a Zubeldia, a Mayo y también a Beloki, caído en combate. A todos con mucho más esfuerzo que en las cuatro carreras anteriores. "He estado con los campeones con los que siempre había soñado. Es formidable incorporarme al club de los cinco. Pero aún no me lo creo", declaró el tejano, con cierta emoción, poco después de descender del podio de los Campos Elíseos.

Y es que ayer igualó, sobre todo, el récord de los cinco Tours consecutivos que sólo poseía Induráin. Al navarro, así es su carácter, hasta parecía feliz incorporado a la fiesta de Armstrong, un corredor con el que incluso compartió carretera entre 1992 y 1996. "Es la segunda vez que estoy en la fiesta final del Tour de Francia desde mi retirada, aunque esta ocasión es especial", comentó el navarro, quien había participado el sábado por la noche en una cena de gala junto a buena parte de los ganadores en vida, con el suizo Kubler como el vencedor más veterano.

"Con el tiempo apreciaré mucho más la nueva situación. De Anquetil apenas tengo referencias, coincidí varios años con Induráin y creo que los dos somos corredores que nos parecemos. Ambos hemos planteado el Tour de forma similar para poder ganarlo", añadió Armstrong.

LAS DUDAS DEL FUTURO

Queda abierta la puerta de su futuro. El sábado pasado, tras salvar la ronda del centenario en la contrarreloj final, no desveló con claridad sus intenciones para el próximo año. Le ha costado muchísimo esta victoria y ahora, en la barrera de los 32 años, deberá afrontar el nuevo reto. Posiblemente, sus dos multimillonarios contratos, con la empresa US Postal (la principal compañía privada de correos de Estados Unidos) y la firma Nike, tendrán mucho que decir. Armstrong supera en ganancias a las principales figuras del fútbol mundial. Pero, sobre todo y por encima del dinero, el tejano tiene que tener claro que aún es capaz de ganar el Tour. Si las cosas se le tuercen en los próximos meses no volverá para ser segundo. "Para un campeón es maravilloso poder retirarse estando imbatido", adelantó el pasado sábado tras verse triunfador. Desde ayer empezó su preparación para lograr algo inédito: el sexto Tour.