Trabajador, honesto, sencillo, afable, comunicativo, directo, agradecido. Todos los que trabajan y han trabajado con Iñaki Sáez, Jaburu , destacan antes sus cualidades humanas que su competencia profesional, de la que tampoco dudan. No tiene el perfil de estrella mediática, pero llega a todo el mundo con suma facilidad. Llegó a la Federación Española de Fútbol en 1996 de la mano de otro vasco, Javier Clemente, entonces seleccionador.

"Paradójicamente, yo fui quien le metió a él en Lezama y a él le debo estar en la federación. Siempre hemos sido personas diferentes en muchos aspectos, aunque somos grandes amigos", cuenta.

Lo de Jaburu le viene de lejos. Así se conoce a un pájaro exótico de Brasil, de cabeza y pico oscuro, y era el sobrenombre de un buen delantero del Oporto, que volvió loco a Garay en San Mamés en un partido de la Copa de Europa en la temporada 1955-56. A Iñaki se lo empezaron a llamar en el instituto, con 14 años, porque era casi tan moreno como él.

Un apodo que no le cayó mal. Con él bautizó también el negocio familiar de muebles que fundó para asegurarse el futuro en el caso de que el balón no diera para llegar a la jubilación. Una circunstancia que llegó a tener muy presente a los 21 años. Empezaba su carrera como jugador del Athletic de Bilbao, estudiaba ingeniería industrial y hacía la mili. Una mañana, camino del cuartel, tuvo un accidente de moto y sufrió la perforación de un pulmón. Fue un percance que pudo haber acabado con su carrera deportiva. De hecho, los médicos le dijeron que no podría volver a jugar. A los cuatro meses, sin embargo, estaba haciéndolo otra vez. "En ese impasse se me vino el mundo encima y el poco dinero que tenía lo invertí en el negocio, con la ayuda de mi suegro, representante de muebles". Todavía da gracias a Dios por aquella recuperación. Lo hace con la misma fe que le lleva a elevar una oración con los jugadores antes de cada partido: "Siempre rezamos un avemaría".Salió adelante, hizo carrera como extremo y defensa derecho en el equipo vasco, dejó los estudios y en 1975 arrancó su etapa como entrenador, en los juveniles del Athletic. Por aquella época se encasquetó la gorra que ya ha convertido en un clásico al frente de la selección española. Su apego a dicha prenda tiene una sencilla explicación:

"Viene también de Lezama. Entrenaba por la mañana y por la tarde, allí corre un vientecillo fatal y con el sudor se me quedaba la cabeza fría y agarraba trancazos impresionantes".Libertad y comodidadLo del chándal es simplemente cuestión de comodidad. Le da más libertad de movimientos en el banquillo y, como no es hombre que viva pendiente de ofrecer un aspecto más elegante a fotógrafos y cámaras de televisión, se ducha tras los partidos y se pone la americana para atender a los periodistas. Eso sí, sin corbata. "Soy un poco alérgico. No sé si es porque tengo un cuello grande y me siento aprisionado cuando tengo que ponérmela, pero procuro llevarla sólo en las situaciones en las que el protocolo lo exige", explica.Tampoco el teléfono móvil es santo de su devoción. Eso es cosa de su esposa, Mari Carmen, que le soluciona la papeleta.

"Soy un poco alérgico. No sé si es porque tengo un cuello grande y me siento aprisionado cuando tengo que ponérmela, pero procuro llevarla sólo en las situaciones en las que el protocolo lo exige",

"No me gusta tener que estar siempre pendiente, que te llamen a todas horas y te distraigan. Por eso he optado por que lo tenga mi mujer, mi secretaria verdadera. A mí me gusta estar libre de esas ataduras. No es bueno que te estén llamando a cada momento",