Reflexiva y con voluntad de permanecer, a la obra del asturiano Ricardo Menéndez Salmón, breve en apariencia pero contundente en planteamiento, se une ahora Medusa (Seix Barral), la vida del imaginario Prohaska, un fotógrafo, cineasta y pintor que se obliga a ser el frío notario del siglo XX, sin ahorrarse nada, ni los campos de exterminio.

--Tras La ofensa, Derrumbe y El corrector , la Trilogía del mal, ¿se puede decir que está elaborando otra trilogía sobre el arte?

--No lo sé. Más que un artista, yo veo a Prohaska más como un tipo que utiliza los mecanismos del arte para dar fe de lo que ocurre. Es un ojo que constata lo que sucede a su alrededor.

--Y a su alrededor está el horror. En el libro no queda clara la intención de si es lícito o no captarlo.

--Es porque yo tampoco lo tengo claro. No creo que haya una respuesta definitiva. Yo pensaba en la famosa imagen del niño y el buitre que tanto debate despertó. Bien, creo que la foto hay que hacerla. Si estás en un campo de refugiados somalís debes dejar constancia del horror, es un acto ético. Luego, cuando el objetivo se apague, la conciencia del fotógrafo le dictará lo que hay que hacer con la foto.

--El problema no es tanto la foto en sí como su recepción. ¿Se debe convertir en un espectáculo que ni siquiera nos conmueva?

--Ese es otro de los temas del libro. Vivimos en un mundo tan saturado de imágenes que ya han perdido su poder. Pero la intención de Prohaska es la contraria, mostrar la superficie del mundo de forma diáfana.

--¿Dónde situamos a los incómodos artistas nazis? ¿Qué hacemos con Albert Speer o Leni Rienfenstahl?

--Sí. ¿Debemos leer a Celine? Creo que personalmente eran individuos despreciables pero no sus creaciones. Los documentales de Rienfenstahl, al igual que El acorazado Potemkin de Einsenstein o El manantial de King Vidor, son obras maestras.

--No escapa a que sus novelas sean consideradas filosóficas.

--Sí, derivan a determinados matices ensayísticos. Aquí el narrador reflexiona sobre el mundo del arte, el fin de la belleza y la obsesión por la duplicación del mundo, esa idea de que algún día todo el mundo habrá sido recogido en una película.

--Y mientras construimos una realidad virtual.

--Con el riesgo de no saber qué nivel habitamos. De ahí que cuando llegamos a una nueva ciudad que queríamos conocer el primer gesto no es mirar sino hacerlo a través de un mecanismo. No importa la vivencia sino la foto.