Que el Carnaval cacereño no engancha al público es un hecho que se constata año tras año. El desfile celebrado ayer fue el mejor ejemplo del escasísimo tirón que tiene la fiesta si se toma como referencia el número de disfraces en la calle. Con más ambiente de cabalgata de Reyes y muchos niños, unas 200 personas, según la estimación ofrecida anoche por la policía local, desfilaron vestidas de pingüinos, medievales o soldados romanos, convirtiéndose en héroes de la animación ante un público entre el que apenas se veía un disfraz.

Alezeia, los Lechuginos del Huerto, Argonautas, los Piwinos del Adarve, el Jaleo o los Futuros Carnavaleros protagonizaron un recorrido que partió de Moctezuma para acabar en la plaza Mayor sin ninguna alteración ni incidente. Una gran cigüeña encabezaba el cortejo al ritmo de la bilirrubina de Juan Luis Guerra mientras los más jóvenes bailaban entre el sonido de los silbatos.

Como si se tratara de una copia del año pasado y con una participación similar, el itinerario concentró su mayor afluencia en las avenidas de Antonio Hurtado y de España. Los participantes hicieron lo imposible por dar ambiente de Carnaval en una demostración digna de alabar, pero carente de medios para dar vistosidad a una fiesta que se caracteriza por la animación. Solo por eso se merecen el aplauso, aunque la historia se repita. Y es que, donde antes hubo mucho, ahora hay muy poco.