Nacer o morir como región, como el ser o no ser de William Shakespeare . Esa es la disyuntiva en la que se mueve el futuro de Extremadura ante la alta tasa de envejecimiento, el abandono del mundo rural y la escasa tasa de natalidad que arrastramos desde hace varios lustros. Cada vez las parejas retrasan más sus matrimonios y cada vez sus hijos vienen al mundo más tarde. Hombres y mujeres desean pasar primero por los placeres de la vida y los viajes antes que pasar por la vicaría como antaño. Así la natalidad ha pasado de ser en estos 30 años de democracia uno de los primeros planes en edad adulta ha ser concretamente el último propósito de una pareja. Cuando en los años 80 se daba una media de 14 nacimientos por cada 1.000 habitantes, hoy esa media ha bajado hasta 7,1 nacimientos. En juego está nada más y nada menos que nuestro futuro como autonomía en un contexto recentralizador que sólo premiará a las insultantemente llamadas regiones históricas.

SE TRATA de una tendencia consolidada gracias a que la mujer ha dado el salto definitivo al mundo del trabajo y al campo empresarial y disfruta del derecho a desarrollar su carrera profesional a pesar de no disponer de igualdad de condiciones sociolaborales. Queda mucho camino por recorrer en nuestra sociedad para alanzar el nivel de otros países europeos en el área de la conciliación de la vida laboral y familiar tanto en la ciudad como en el pueblo. La gestión realizada en lás últimas décadas apostando casi unilateralmente por los núcleos urbanos y abandonando a su suerte al mundo rural y en el mejor de los casos urbanizando los pueblos y sus costumbres ha sido gran culpable de la situación actual. Una política que ha dado como resultado jóvenes nacidos y crecidos en el medio agrario, que han realizado los estudios básicos en el pueblo y que en la edad adulta no saben apreciar el valor del entorno que les vio nacer y mucho menos, saben sacar partido a los recursos del medio en el que han vivido desde pequeños. La educación basada en valores urbanos impartida por educadores llegados de la ciudad ha propiciado esta falta de sintonía que roza incluso lo antinatural. Más encontrándonos en un medio natural tan rico como es Extremadura.

CUANDO EN el año 1986 se formuló la Ley de Extremeñidad, la Junta de Rodríguez Ibarra calculaba que en el año 2000 la población en Extremadura alcazaría 1.273.000 habitantes. Una previsión que desafortunadamente no se ha cumplido y que a día de hoy se torna en 1.098.000 extremeños. Detrás de esta cifra se halla un lento pero continuo proceso migratorio del campo a la ciudad que está aglutinando población en el entorno urbano mientras se vacía el espacio rural. En la década de los 60, en un proceso migratorio similar dentro de la región, la mecanización de la agricultura y la ganadería sirvió de freno a esta diáspora. Hoy, 50 años después, sólo la implantación a gran escala de tecnología en el medio agrícola podrá volver a taponar esta sangría de personas que buscan con ansia el atractivo de la ciudad ante un aparente mayor número de posibilidades.

Pero además de potenciar las oportunidades económicas en el medio rural, que son la primera causa de emigración y por tanto de abandono del pueblo, la supervivencia del tesoro más preciado de Extremadura, donde se esconden nuestras raíces y brillan con luz propia nuestras señas de identidad presentes e históricas, pasa por promover una política de inmigración mucho más activa de lo que ha sido hasta ahora para lograr en última instancia que haya un mayor número de consumidores en Extremadura. Somos la región con menor porcentaje de extranjeros de España con un 3,4% de la población total. Son 37.437 personas procedentes en su mayoría de países del norte de Africa y del este de Europa que han encontrado aquí una forma de vida ligada a la agricultura que les aporta seguridad en servicios básicos como sanidad y educación. Una experiencia mucho menos saturada que en otros territorios pero suficiente para avalar una futura estrategia encaminada a captar población extranjera como remedio para renacer el mundo rural de Extremadura.

AQUI SON bienvenidas y bienvenidos los extranjeros. Aquí existe un nivel de integración aceptable. De 257 ayuntamientos encuestados solo 4 muestran problemas con inmigrantes. Situaciones anecdóticas y aisladas que refuerzan el hecho de que el 83% de los extremeños considera que cambiar de país es un derecho de cualquier persona. Un razonamiento que va en consonancia con lo que ha sido por antonomasia una región emigrante que ahora vería en la inmigración la solución a muchos de sus problemas de viabilidad futura. El emigrante precisa de un plan que lo incorpore de manera saludable social y laboralmente con especial cuidado sobre la mujer. Para conseguir este objetivo es urgente que el sector primario avance con celeridad antes de que otros territorios del país comiencen a demandar mano de obra que arrastre una vez más a los jóvenes extremeños.

Por otro lado, casi 30 años después de su aprobación, la ley de extremeñidad debe tomar un nuevo impulso que fomente como hizo en los 80 el retorno de los emigrantes. Más allá de los jubilados que regresen con una renta más alta, sería conveniente centrar el interés en aquellos hijos que han pasado los veranos de su infancia en el pueblo y llegado el momento prefieran cambiar las grandes capitales por la tranquilidad del pueblo o de la ciudad media de nuestra comunidad. Extremadura no podrá ser muchas cosas por decisión del Estado, pero sí somos ya un lugar idóneo para la creación artística y el estilo de vida "slow" y ecológico que cada vez se valora más en los núcleos masificados. Y es que visto que comunidades como Aragón o Castilla y León han fracasado en el intento de frenar el vaciado de los pueblos, me conformo con ver en el futuro importantes capitales de comarca para que al menos se mantengan las anécdotas culturales y económicas de cada parte de nuestro amplio y diverso territorio. Ahora más que nunca es necesario y justificado pagar y gastar para que vengan a vivir a Extremadura. Al fin y al cabo, por aquí ya pasaron romanos, musulmanes y judíos.