José Antonio Labordeta es como un roble centenario, muy difícil de doblar. Ahora lucha contra un cáncer de próstata que limita sus movimientos pero que no ha minado su vitalidad, hasta el punto de que acaba de publicar unas memorias: Regular, gracias a Dios (Ediciones B), que incluyen fotos de su álbum personal.

El cantautor ha querido contar toda su peripecia vital en este libro en el que aborda sin tapujos su enfermedad y recuerda su infancia en la guerra civil, su boda con su mujer, Juana, los años en Teruel, su estancia en Aix-en- Provence como profesor, sus vivencias como cantautor en la dictadura y su experiencia televisiva con Un país en la mochila .

¿Cómo se encuentra? "Pues como dice el libro, regular, gracias a Dios", responde Labordeta. En su casa hay un constante ir y venir de conocidos. Desde que enfermó, todos, imposible contarlos, han pasado por allí, Sisa, Paco Ibáñez, Marina Rosell... Labordeta ha recibido en los últimos meses varios reconocimientos tales como la Medalla de las Bellas Artes o el nombramiento doctor honoris causa por la Universidad de Zaragoza.

El cantautor cuenta que la idea de escribir este libro se la dio su amigo Félix Romeo, crítico literario. "Me dijo: Tú cuentas muchas pequeñas cosas, que el día que te mueras las vamos a olvidar. Y se me ocurrió escribir mis recuerdos y a la vez mezclarlos con la situación médica que he tenido estos meses".

Labordeta, cuya memoria es prodigiosa, relata su infancia, en la que sobresale la figura de su padre, un hombre que le marcó. "Era un tipo increíble. Había salido del seminario, muy culto, amante de Ovidio y de la poesía clásica. Abrió un colegio en una época en la que era absurdo montar un problema con la educación. Honrado toda la vida, con una integridad ideológica, que fue de los primeros nacionalistas que hubo en Aragón".

Un padre que lo matriculó en el Colegio Alemán, un centro nazi cuando él era un republicano represaliado al que los franquistas quitaron su cátedra de Latín abocándolo a la pobreza. "No acabé nunca de preguntarle por qué me llevó a un colegio alemán. Mi hermano Miguel me explicó que lo que mi padre no quería es que fuéramos nombrados de la cáscara amarga rojos y al final lo fuimos más que él. Estuve a punto de cuestionarle sobre el tema varias veces, pero no encontraba el momento y nunca se lo pregunté", dice.

Labordeta reflexiona sobre el cáncer y lo hace de forma positiva. "Es que hay que echarle humor porque no puedes dejarte llevar por la depresión. Amigos en la misma situación me preguntan qué hago por la noche si me despierto y les digo que repaso las letras de mis canciones, el repertorio entero, porque no quiero pensar en otra cosa. Polvo, niebla, viento y sol y donde hay agua una huerta... pata pam, pata pam hasta que llego al Canto a la libertad, 14 o 15 canciones. Quiero echar vida y es jodido, pero hay que desprender alegría".

REACIO A LA QUIMIOTERAPIA Desde el 2006, cuando le detectaron la enfermedad, el cantautor ha ampliado su número de amigos, los que ha conocido en los hospitales. Dice que de ellos ha aprendido, "sobre todo, dignidad. Son gente con una entereza que te quedas asombrado". Labordeta no se está sometiendo a quimioterapia porque le supone más males que beneficios, tal y como le aconseja su doctora en Zaragoza. Por el contrario, el oncólogo que visita en Barcelona le recomienda que se trate. Reconoce que echa de menos los escenarios. "He suspendido algunos bolos porque no me tengo en pie, mi mayor problema son las piernas, pero hay que superar eso y no echarle tristeza", dice.