Los monegascos lloraron ayer a su príncipe con recogimiento y verdadero sentimiento ante las pantallas gigantes de televisión que emitían los funerales en las principales parroquias de la ciudad. Sólo 3.000 personas estaban autorizadas a asistir a las ceremonias en la plaza del Palacio. Pero muchos de los invitados prefirieron quedarse en sus casas.

La más concurrida fue la capilla de santa Devota, patrona de Mónaco, donde se concentraron monegascos y residentes, vestidos con un luto muy riguroso, así como una gran nube de periodistas, cámaras de televisión y fotógrafos en busca de las emotivas imágenes que ofrecían los presentes, hablando de Rainiero III con lágrimas en los ojos. "Era realmente como un padre para todos", repetían. El arzobispo de Mónaco, Bernard Barsi, se hizo eco de este sentimiento general en su homilía y ensalzó la figura del soberano fallecido que "supo tejer lazos profundos con su pueblo".