Richard no puede dejar de murmurar en cuanto entra en la estación de metro de Victoria: "¡Maldito jueves! Uno no puede evitar tener la sensación de que algo va a suceder". El lugar está tomado por agentes con chalecos reflectantes. Desde el 7-J, este londinense de 45 años no ha dejado de coger el metropolitano ni un solo día. "Tengo miedo, ¿pero qué vas a hacer?". Richard comparte resignación con la mayoría de los tres millones de viajeros que a diario se sirven de la vetusta red de metro londinense.

Como cada jueves, la policía refuerza la vigilancia. Pero, además, desde ayer, cuatro semanas después de los atentados de 7-J, la línea Piccadilly, una de las arterias de la ciudad, vuelve a funcionar con normalidad.

Explosión mortífera

En ella, entre las estaciones de Russell Square y King´s Cross, se produjo a las 8.50 de la mañana la explosión mas mortífera de aquel jueves. Murieron 26 personas. Los servicios de rescate tardaron días en recuperar los cadáveres. Ayer, por vez primera tras el 7-J, los trenes vuelven a hacer este trayecto.

En la puerta de la pequeña estación de Russell Square, como no, hay policías. Se trata de una pareja de jóvenes agentes que, en vez de adoptar una actitud amenazante, sonríen a todo el que pasa. Muy cerca de ellos, hay una mesa con café, té y galletas. Uno de policías explica que es para los trabajadores del metro que hoy asesoran de manera especial a los viajeros, y también para los periodistas.

Y es que, ante la estación, se ha concentrado un número importante de cámaras de televisión, unidades móviles, fotógrafos y reporteros, que se abalanzan hacia el primero que pasa para preguntarle si tiene miedo. Perry, que lleva vendiendo periódicos en ese lugar desde hace mas de 15 años, mira la escena con escepticismo: "Pretenden que todo vuelva a la normalidad. Pero hoy no es un día como otro cualquiera", explica.

Estado de alerta

Dentro de la estación, por megafonía y de manera insistente, se advierte a los pasajeros de que, "debido al estado de alerta, avisen inmediatamente si encuentran algún paquete sospechoso". A las 13.20, en el andén de la estación sólo hay una persona: Liza. Es de Nueva Zelanda y relata, resignada: "No tengo más remedio que coger el metro, pero lo odio. No me gusta vivir con miedo".

En uno de los vagones, Melanie parece estar más relajada. Normalmente no coge esta línea, pero tenía que hacer unos recados. "Es una situación extraña. Con tanta policía alrededor, parece que algo gordo va a pasar. Pero en el fondo, verlos me da tranquilidad. No cabe duda de que esta ciudad no volverá a ser la misma".

El tren llega a la estación de King´s Cross. Miles de pasajeros suben y bajan las escaleras mecánicas. Hay colas ante las taquillas, y el tráfico en el exterior es infernal. Ya no queda ni rastro de las flores que viajeros y curiosos dejaron allí en recuerdo de la víctimas. Londres, pese a todo, sigue con su trepidante ritmo habitual.